domingo, 29 de agosto de 2010

Poema 12

Cuando el día esté nublado en tu corazón,
cuando te parezca que Dios no oye tu oración,
cuando sientas el dolor que dejan
los amigos que se alejan;
cuando pienses que te has equivocado,
pero no sepas en qué has errado,
de Jesús aprende la humildad
y arrodíllate una vez más.

En su vida hubo amor y generosidad,
él a nadie traicionó jamás.
Pero allí estabas entre los que lo azotaban,
tú y yo eramos uno de los que lo injuriaban,
nuestros pecados de hoy ya nos delataban.
Y él, silencioso, había tomado la decisión
de pagar en la cruz por nuestra salvación.

Así que hubo alguien más injustamente tratado,
hubo alguien que sin culpa fue abusado;
ese Jesús, que siendo Dios, se hizo tu hermano,
padeció por tí, y aún está a tu lado.

Rey de Reyes y Varón de Dolores,
tu poder en tí mismo santificado,
no quiere venganza por los males,
ni respuesta airada por lo pasado,
sino que con mano firme te consuela
y limpia tu alma para que no te duela.

Míralo cómo te cuida y te levanta,
hasta el Espíritu te envió como tu guía.
Desecha tus penas y, aún, canta,
porque al hacerlo volverá a brillar tu vida.

sábado, 28 de agosto de 2010

Poema 11

No finjo, no miento.
Mi sí es sí, mi no es no.
El amor que Dios puso en mí,
fluirá como una fuente;
bebe de esa fuente de vida,
que es de Dios, y no mía.

No miento, no finjo.
Mi no es no, y mi sí es sí.
Aprendo a ser hermana,
a ser amiga,
a ser mujer aprendo
de tu Palabra cada día.

No finjo ni miento,
no callo verdades,
el amor que el Padre puso en mí
repartiré a raudales.

jueves, 19 de agosto de 2010

Convivencia en la familia de Cristo


Familia de Cristo es la propia Iglesia. Allí, en ese grupo que asiste a las predicaciones y estudios biblicos, se encuentran muchos de nuestros amigos y amigas eternos.
La convivencia y el mutuo amor entre los miembros de la iglesia es muy importante, y tiene que expresarse en todo momento. Hay que disfrutar desde ahora una relación que durará toda la eternidad, y por lo mismo, las diversas oportunidades de estar juntos son preciosas ante los ojos del Señor, quien nos dio como mandamiento que nos amemos los unos a los otros.
El amor de Dios y a Dios no puede contenerse encerrado en uno mismo, sino que se multiplica y crece con el amor al prójimo. Es por esto que Pablo dice: "completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa" (Filipenses 2:2), y más adelante reafirma: "Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez os digo: ¡Regocijaos!" (Filipenses 4:4).
Una muestra del amor que existe entre los miembros de la Iglesia puede verse en los rostros de quienes aparecen en la foto adjunta: puedes ampliar la foto y comprobarlo por tí mismo/a.
No dejes que el tiempo pase sin orar, sin ver y sin compartir tus alegrías y tus penas, con esta familia maravillosa que Dios te ha dado. Ella es parte de ese regalo especial en el que confiaba David, cuando decía:
Me mostrarás las sendas de la vida,
En tu presencia hay plenitud de gozo;
Delicias a tu diestra para siempre.
Salmo 16:11

domingo, 8 de agosto de 2010

POEMA 10

Me sacaste de los espacios de oropel,
me alejaste de las aureolas engañosas,
acercaste a mí la salvación,
desde el instante en que entraste a mi vida.

La estridencia del mundo ya no es mía,
la música de tus palabras me da alegría;
cuando al cielo alzo la mirada,
me das fuerza, y nada me intimida.

Ya no soy como era antes,
me diste aliento, una esperanza,
y otra vida.
Hoy mi alma es libre como el viento
porque encuentra en tí el buen sustento.

POEMA 9: Diluvio

Poderosas nubes de tormenta
arrastran al caer en llanto
los pueblos que quedan anegados.

Torrentes de terror siegan el campo
y en la ciudad tiembla la noche.
Juzgó Dios con justicia los pecados,
y se volcaron las fuentes de las aguas.

Se ahogó toda rebeldía;
el pecador con su pecado
fue arrastrado.

Sólo quedó flotando, como un sueño,
en la gran inmensidad, un arca;
un acto de fe, que para los demás fue locura,
navegando sin saber ni cómo,
ni hasta cuándo, ni por qué.

Un día volvió a brillar el sol,
el resto del mundo era silencio.
Entonces Dios selló el cielo con colores;
se conmovió su Espíritu,
y se secó la tierra.

Se iniciaron desde aquel día otros viajes,
surcaron mar y tierra nuevas esperanzas;
él las alentaba;
el cumplimiento de la Promesa se acercaba.

Se estrecharon nuevos lazos,
hizo pacto de perpetuo amor,
y a la luz de la verdad que es en Cristo,
hoy la vida se encuentra renovada.

martes, 3 de agosto de 2010

La crucifixión

Este escrito fue realizado a petición de una queridísma amiga en Cristo, Martita Barajas, quien desde hace varios años es la maestra que me da estudios de la Biblia

Introducción
La crucifixión da sentido a toda la Biblia. Este hecho tiene múltiples significados y por su importancia, no basta una vida para tratar todos los aspectos que pueden observarse en él.
Con relación al Antiguo Testamento, la crucifixión es anunciada como lo que hace posible que se concrete la promesa de salvación a través del Mesías. Las ofrendas de corderos y otros animales eran simbólicas, la del Mesías -que se ofrendó a sí mismo en pago por nuestros pecados- fue real y anunciada por los profetas.
Con relación al Viejo y al Nuevo Testamento, la crucifixión le da sentido a lo que el creyente debe hacer para alcanzar su salvación.
En el Nuevo Testamento, la crucifixión y la resurrección de Cristo, son la base a partir de la cual la fe se expande, porque Cristo triunfó sobre la muerte, y con ello aseguró la salvación de todos aquellos que en él creen.
Pero abordar la crucifixión requiere dar algunos antecedentes que sirvan para entenderla mejor.
Jesucristo, el Hijo del Hombre, conocía desde el principio la misión de su vida: acercar el reino de los cielos mediante el pago de todos los pecados, lo cual suponía que en él no se hallara pecado, y que fuera sacrificado en la cruz por los pecados de todos, ya que: “La paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro.” (Ro. 7:23).
Hay que aclarar que ese sacrificio no significó (ni significa) un pase automático al reino de los cielos, sino que creó una posibilidad de que pueda alcanzarse, mediante la oración, el arrepentimiento y la fe en que Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios.
Jesús siempre estuvo consciente de su propósito, así como de lo que le iba a suceder, y lo fue llevando a cabo paso a paso.
Sin querer relatar aquí toda la vida del Salvador, vamos a comenzar por tomar en cuenta el período cercano a la crucifixión, desde el momento en que anuncia por primera vez su muerte, así como también la forma en que fue conduciendo a sus discípulos hacia una comprensión cada vez más profunda de quién era él, a qué había venido, y que acontecería después de la resurrección, así como de lo que tendrían que ir aprendiendo y haciendo los creyentes y la Iglesia en el futuro para que la salvación -el regalo de Dios- estuviera al alcance de todos los hombres que quisieran aceptarlo.
El perfeccionamiento de los discípulos en la comprensión de las cosas espirituales, sin embargo, sólo les sobrevendría a la llegada del Consolador, el Espíritu Santo.
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En el momento en que anuncia por primera vez su muerte, Jesús había ya escogido a los apóstoles, tenía miles de seguidores y había realizado múltiples milagros, pero sus discípulos no estaban preparados para comprender la magnitud de su obra. Era necesario que fueran abandonando sus ideas personales y reconocieran en Jesús a nuestro Señor y Salvador. Era preciso también, que murieran a sí mismos (a su apego a una naturaleza carnal), pero ellos no sabían aún cómo hacerlo.
Jesús se dedicó a encaminarlos a la comprensión de la naturaleza profunda de su misión en este mundo, y el primer paso en este sentido fue que supieran quién era él y a qué había venido.
Por tal razón él les formuló, a medida que su tiempo se estaba acercando, una pregunta clave: “¿Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mateo 16:15). La respuesta de Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, fue inmediata (Mateo 16: 16).
El reconocimiento de esa verdad, aunque aún confuso, era un indicador de que empezaban a entender quién era su Señor, lo cual les permitiría estar mejor preparados para ir asimilando lo que ocurriría más adelante.
Era indispensable que ellos aceptaran con claridad que estaban con el Mesías, porque deberían continuar con su obra, llevándola a las demás naciones
“Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día”(Mateo 16:21).
Al escuchar estas palabras de su Señor, los discípulos, pensando de acuerdo con la perspectiva del mundo y no la de Dios, se preocupaban mucho, y Pedro -que entonces era el más impulsivo- le dijo que tuviera compasión de sí mismo y que de ninguna manera eso le aconteciera.
Las palabras de Pedro mostraban hasta qué punto existía confusión en ellos sobre la misión de Cristo. La respuesta de Jesús, probablemente los impactó aún más, pues le dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:23).
El Salvador aclaró de inmediato: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mateo: 16:24 a 26).
Jesús se transfiguró seis días más tarde ante Pedro, Jacobo y Juan en un monte alto, y “resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mateo 17:2). Pero ellos aún tenían su entendidmiento cerrado. En esa situación, estando probablemente muy asustados, porque además aparecieron ante ellos, conversando con Jesús, Elías y Moisés, que hablaban de su partida en Jerusalén (Lucas 9:31). En tal situación, Pedro nuevamente hizo un comentario desacertado. La respuesta esta vez fue la más contundente, ya que de inmediato una nube de luz cubrió a los discípulos, y una voz, desde la nube dijo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia, a él oíd” (Mateo 17:5).
Después de esto, viendo el estado en que se encontraban sus discípulos, “Jesús se acercó, los tocó, y dijo: Levantaos, no temais. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron, sino a Jesús” (Mateo 17:7 y 8).
Al descender del monte Jesús les dijo que no contaran a nadie esa visión, sino hasta después de que hubiera resucitado de los muertos (Mateo 17:9), al mismo tiempo que recalcó que el Hijo del Hombre tendría que padecer y ser tenido en nada (Marcos 9:12).
(Continuará)

En Galilea, Jesús nuevamente anunció su muerte. A pesar de que no era el primer anuncio en tal sentido, sus discípulos seguían sin entender lo que significaba, ni lo que implicaba la resurrección de los muertos; y tenían miedo, por eso no preguntaban (Marcos 9:32). Este hecho los inquietaba, pues no sabían a qué se refería. Aún habiendo compartido con Jesús los años recientes, visto los milagros que hacía, y aprendido algu de sus enseñanzas, no aceptaban, no entendía y evitaban entender el milagro de la crucificción, como si eso fuera suficiente para contener los sucesos que se desencadenarían poco más adelante.
No obstante, intuían que algo extraordinario iba a ocurrir. Debido a esto, Jacobo y Juan, que aún pensaban como hombres apegados al mundo en muchos aspectos -porque los discípulos aún no recibían al Espíritu Santo-, le pidieron a Jesús sentarse en el reino de los cielos, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Y Jesús les contestó: “No sabeis lo que pedís. ¿Podeis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo seré bautizado?” (Marcos 10:38). Ellos respondieron que sí podrían, a lo cual él les dijo que, ciertamente, ellos beberían del vaso en que él bebía y serían bautizados con el mismo bautismo, pero que el estar sentados a su derecha o izquierda no era decisión suya, sino de Dios, para aquellos para quienes eso está preparado desde el principio.
La respuesta muestra de Jesús sabía que los discípulos querían compartir la gloria y el poder desde una perspectiva mundana, y por esto les aclaró inmediatamente: “el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:43 y 44).
Esta enseñanza sigue vigente, y está dirigida también a todos los creyentes.
(continuará)