viernes, 11 de noviembre de 2011

MENTIRA Y FE


Una de las formas más silenciosas y perversas de la mentira se inicia cuando cuándo, al tener que tomar una decisión en un caso en el que existen dos o más opciones incompatibles entre sí e igualmente atractivas, escogemos una de ellas.
Desde el momento en que hacemos esa elección se produce insatisfacción, porque la otra opción también tenía aspectos importantes para nosotros; debido a eso tratamos de reducir la inseguridad que tal decisión produce en nosotros, buscando justificarnos –autojustificarnos- y al mismo tiempo demeritar lo que dejamos de lado.
Por ejemplo: ¿Iremos a visitar a nuestra amiga que está enferma o al cine a ver una película? Nuestra amiga está sola y nos ha pedido que la visitemos, y la película la queríamos ver desde hace tiempo, sólo estará hoy en cartelera.
Cualquiera que sea la decisión tomada, lo que dejamos de hacer pesará sobre nosotros provocando inquietud, y para calmar esa inquietud es que buscamos alguna manera de reforzar las ventajas de nuestra decisión y destacar las desventajas de lo que dejamos de lado. Al tratar de forzar las ventajas de nuestra decisión, nos autojustificamos por haberla tomado y generalmente nos mentimos y engañamos a nosotros mismos. En eso reside parte de la perversión que ejerce esta mentira.
La ansiedad, inseguridad o inquietud que provoca no saber si hemos hecho la elección correcta  en casos como este, ha sido llamada por los psicólogos “disonancia cognoscitiva” y ellos la han estudiado ampliamente, pero siempre desde una perspectiva científica que no toma en cuenta la existencia de Dios.
Cada una de nuestras autojustificaciones está lejos de la perspectiva que Dios tiene de las cosas. Esto se debe a que la perspectiva de Dios está por encima del tiempo, de los intereses personales y de las circunstancias. En la visión que Dios tiene, los antecedentes y las consecuencias no existen como nosotros los percibimos; él conoce la totalidad. La Biblia, que es la Palabra de Dios, lo señala con palabras sencillas que todos podemos entender. En Isaías 55:8 se confirma esto en una breve frase: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová.”
También en la Biblia, Dios nos dice que tiene para nosotros pensamientos de paz (Jeremías 29:11, 1ª de Corintios 14:33 y Filipenses 4:7) y que confiemos en él (Juan 16:33).
Pero a veces nos olvidamos de Dios y queremos hacer las cosas en nuestras propias fuerzas; en las de nuestra existencia mundana. En el mundo y estando en el mundo, el mecanismo de la mentira avanza rápidamente y se potencia mediante nuestras autojustificaciones, pervirtiendo la verdad.
A través de la forma en que justificamos nuestras propias decisiones y elecciones llegamos a creer que hicimos bien, condenamos lo que rechazamos sin entender en qué consistía, y lo que es peor, si los demás se dan cuenta de que estamos tratando de justificar y reducir artificialmente la incongruencia o disonancia, lo negamos enfáticamente… Y si nuestros argumentos no son suficientes para enfrentar a quien está en lo cierto o contradice lo que pensamos, nos refugiamos en los argumentos y en los grupos de personas, que por estar igualmente inciertas, piensan como uno.
Diversos estudios psicológicos demuestran que esta es la forma de actuar de las personas (en Internet puedes ver muchas páginas y artículos completos sobre esto), y la aprovechan para usarla en beneficio propio para manipular y engañar a los demás haciéndolos comprar, votar, seguir algún ídolo mediático o cualquier otro propósito ajeno a la voluntad de Dios. Esto no nos debe extrañar, porque el mundo entero está bajo el maligno (1ª de Juan 5:19).
Como resultado de esta manipulación, las personas que –por ejemplo- compraron algo que no reunió las características prometidas y por tal decisión dejaron de lado cosas que sí necesitaban, manejan autojustificaciones de su error como las siguientes: "no importa; es tan barato que no vale la pena reclamar", o "esto me podría servir para otra cosa", o "a todos los compradores les ha pasado lo mismo", o "no tuve tiempo de leer las instrucciones", etc. ¿Alguna vez te ha sucedido? Procura que no vuelva a pasar, poniendo todas tus decisiones en las manos de Dios.
Caer en el pozo ciego de la disonancia es muy frecuente, y ocurre también a los creyentes cuando son atrapados por la atracción que algún dilema nos presenta. Este “atractor extraño” funciona cuando no estamos entregándonos a Dios por completo y nuestra antigua naturaleza pecadora logra engañarnos por medio del orgullo, para que tomemos las decisiones por nosotros mismos y sin consultar antes con Dios (recordemos que Él ve lo que nosotros no vemos).
¡Qué diferente se ve la realidad cuando se confía en Dios! El reposo de la fe actúa en nosotros (Juan 16:33) y es la base de una conducta prudente que nos impide precipitarnos a tomar decisiones. Dios no se equivoca (Romanos 8:28), y además nos ama (Juan 3:16). Él no nos aconsejará mal, sino que nos irá enseñando a pensar de una forma nueva (Filipenses 4:8 y 9) y nos dará los medios necesarios para actuar de modo que no caigamos en la mentira monstruosa con que nos engañamos a nosotros mismos.
Tal mentira tiene como consecuencia una perversión aún mayor: la insensibilización, y produce esos ojos ciegos y oídos sordos, que no permiten conocer a Dios.
Los estudios de investigadores en el campo de la disonancia cognoscitiva muestran –por ejemplo- que las personas y los grupos que reducen la disonancia, entre tomar una decisión acerca de algo que según su conciencia es malo y obtener una recompensa, o no hacerlo y quedar como se está o aún sufrir un castigo, suelen optar por la primer posibilidad, y acallan su conciencia con justificaciones que son mucho más frecuentes que lo que uno piensa. Por ejemplo: el que recibe un soborno (“mordida”) o el que roba, puede usar para justificarse un conocido refrán: “el que no tranza no avanza”, y es relativamente común que criminales frecuentes, tengan la costumbre de “descargar su culpa” acudiendo a procesiones y actos religiosos que nada tienen que ver con lo que Dios enseña, sino con lo que quiere su padre el diablo (Juan 8:44).
Es debido al terrible mal que causa el maridaje entre orgullo y mentira, que cuando se presenta la necesidad de decidir o escoger entre opciones discrepantes y atractivas, tenemos que tener puestos nuestros ojos en Cristo y situarnos dentro del reposo que sólo Dios nos da, esperando con paciencia y mansedumbre su respuesta perfecta, sabia, que otra vez nos encaminará hacia la luz (la claridad) que emana de sus mandamientos y la sabiduría a la que nos conducen sus testimonios (Salmo 19:7).
Si confías en Dios y dejas que te guíe no caerás jamás.

viernes, 21 de octubre de 2011

Poema 31

Oh Dios: ¡Qué terribles han sido todas las épocas del hombre desde el primer pecado! Tú  nos estás viendo, nada ignoras. Tú sabes quiénes somos... por eso digo:

Nadie conoce su rostro
pero para él no hay ningún desconocido;
de tiempo a tiempo nos observa,
sabemos que no hay en él olvido;
conforta con su aliento al pobre,
dió oídos y voz a los profetas,
consejos sabios al creyente,
y misericordia al arrepentido.

Del misterio se despliega el rollo,
y del libro en que escribiste todo nombre
se van borrando los que se han perdido.
Vida les diste a los que pidieron perdón
y con sello de salvación los has marcado;
¡Oh si! Fe y esperanza les has dado.

¿Dónde está la Iglesia enamorada?
¿Dónde el siervo que no sea altivo?
En Jesús hemos puesto la confianza,
mas tropezamos aún en el camino.

En la Palabra se encuentran las señales,
en Cristo tenemos un amigo;
su sangre generosa nos purifica,
¡Él rescata al pecador arrepentido!

El que lava el alma y cambia la vida
está ante tu puerta y te ofrece alegría,
abre esa puerta, tu corazón clama,
abre esa puerta y tendrás vida,

martes, 20 de septiembre de 2011

Poema 30: En Jesús

La huella que dejó tu paso,
la palabra que se asentó en la tinta,
la verdad que ilumina el tiempo,
me guían a ti.

Te busco a través del espejo del agua,
te encuentro renaciendo en mí,
gobernando la Iglesia,
creciendo con esa fuerza que alimenta la fe.

Tu poder se multiplica y se concentra
en la vida perdurable,
mientras se arma el ejército invisible
que vencerá al mal en la batalla.

¿De dónde viene la música celestial?
Los corceles del viento cabalgan agitados,
señal del tiempo que se acaba, y del final
de todo este mundo conocido, pero cruel.

Y terminarán los terrores,
y entonces, el aire se llenará de aromas y canto
en esa ciudad sin puertas ni controles,
Ciudad de Dios y del amor que nos sustenta.

Sin huellas de heridas de cruz
sino con sello de poder eterno,
se encuentra el que preparó los aposentos
en esa ciudad de eterna luz.

martes, 28 de junio de 2011

Poema 28

Estás en cada instante;
allí, donde poso la mirada,
te veo.
Antes me preguntaba cómo serías,
hoy te encuentro aún sin buscarte.
Eres invisible para mí,
porque mis ojos
no alcanzan a divisar tu enormidad.
Mas te reconoce mi espíritu,
y mi espíritu no me traiciona,
pues tú lo sellaste,
y ahora te puedo sentir
sin mediar imágenes ni palabras,
silenciosamente.
Tú me hiciste
y voy a ti,
aunque tú ya estás en mí
dándome aliento.
En el silencio de la noche
tu amor es mi luz,
y en el ajetreo del día,
tu luz es mi paz.

martes, 21 de junio de 2011

Poema 27: El alimento espiritual

¡Qué importante es tu Palabra!
Con su fuerza, sin detenerme,
continuaré andando.
¡Cómo se debilita mi espíritu si no la escucha!

Porque eres mi norte,
siguiéndote no estoy perdida.
Por tus previsiones,
nunca le falta alimento a mi alma.

¡Cuánta verdad hay en lo que dices!
Dependo de tu luz,
porque sin ella me extravío.
¡Gracias por tus cuidados!

¿Qué ecos tan profundos tiene tu voz
que le da vida al papel entintado?
¿Qué profundidad tiene lo que dices
que conmueve mi alma?

Quiero seguir esa voz
que es la música de mi esperanza.
Me guardo para el Señor Jesús
en amor y en confianza.

sábado, 4 de junio de 2011

POEMA 26

Cualquier tiempo es bueno para acercarme a ti;
en todo momento me haces falta.
Siempre estás cerca,
puedes escucharnos a la vez a mí, y a todos.

En todo tiempo nuestro corazón debe estar abierto,
y nuestros sentidos atentos;
porque de lo contrario,
¿cómo sabremos si nos hablas?

No basta con leer, memorizar o testificar,
hay que ejercitar el amor como Dios nos ha enseñado;
no basta hacer las cosas por rutina, obediencia o disciplina;
porque Dios nos ama apasionadamente,
apasionadamente debemos ser suyos.

¡Oh Jesús! Enséñame a entregarme a nuestro Dios y amarlo;
amarte, amar la humanidad
y toda la creación.
Aumenta mi fe.

Tu Palabra eternamente justa sea fortaleza de mi esperanza;
tu consejo, siempre verdadero y oportuno,
jamás se aparte de mí.
Tú, Jesucristo, serás y ya eres,
y desde el siglo y hasta el siglo fuiste
la Roca en que encuentro sustento y protección.

Bienaventurados todos los que abren su corazón al Hijo,
y le dejan entrar en él,
y Él entra y los limpia de pecado,
pues se hacen dignos de salvación.

Gloria al Hijo, loor al Padre,
Y a nosotros paz.

POEMA 25: LA TRIBULACIÓN

¿Dónde está, oh Dios,
quien alza la bandera sobre los montes?
¿Dónde, el atalaya para prevenirnos?
En las ciudades claman confundidas
muchedumbres enardecidas,devastadas,
altaneras, ignorantes;
torrentes de almas que necesitan salvación.

La fruta madura artificialmente;
no hay bosques ni praderas;
las ovejas son criadas en encierros,
sin ver el cielo y sin ver el sol.
¿Dónde está la voz de tus fieles?
¿La ocultan la estridencia y el dolor?

Mas como rebuscos, aquí y allá,
nos dejaste algunos lugares protegidos,
en que el alma aún puede descansar,
y brotan lirios, surgen fuentes de agua viva,
se tienden manos, se dan abrazos,
nacen esperanzas, crece fidelidad.
También nos diste una tarea,
que a otros es imposible,
mas debemos terminar:
sembrar en terrenos yermos,
ver las plantas germinar,
regarlas con oraciones,
cuidarlas hasta el final.
Así cuando nuestro Señor vuelva,
nos recogerá y nos guardará.

Busquemos tras la apariencia
ese mundo más real,
que habitan todos tus hijos
y que vive la amistad;
allí no hay desocupados,
ni tampoco enfermedad,
la muerte no tiene entrada,
ni tiene cabida el mal;
allí está Jesús cerca nuestro
guiándonos a la eternidad.

sábado, 23 de abril de 2011

El mandamiento de Cristo en la última cena

Y Jesús dijo: “Conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor unos con otros” (Juan 13:35). Este mandamiento se aplica directamente a quienes hoy formamos la Iglesia, porque en ella todos somos discípulos y siervos de Cristo.
¿En qué consiste ese amor? Si en la iglesia hay murmuraciones, celos o contiendas, no hay amor; si unos se creen mejores que otros, no hay amor; si existen discriminación, favoritismo, acusaciones y falta de perdón, no hay amor; si hay egoísmo, si somos parcos en dar, no hay amor; si escatimamos nuestro tiempo y nuestro dinero para la obra misionera de la iglesia, no hay amor; si guardamos resentimiento y rencor, no hay amor. “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser;” (Juan 13: 4 a 8a).
Dios nos ha dado espíritu de poder, de amor y de dominio propio (2ª. De Timoteo 1:7) para que los ejercitemos; pero ante todo, debemos ejercitar el amor, porque el amor es el vínculo perfecto (Colosenses 3:14). El amor en el seno de la iglesia la hace relumbrar como una luminaria, y su resplandor atrae a todo aquel que percibe esa luz, que no es sino un reflejo de la luz de Dios (Filipenses 2:15).
¿Por qué podemos amarnos? Porque Dios nos amó primero (1ª. Juan 4:19) y derramó abundantemente su amor en nosotros, de modo que al repartirlo no lo perdemos, sino que lo aumentamos (como cuando Jesús multiplicó los panes y los peces). Además, no debemos olvidar que el amor cubrirá todas las faltas (Proverbios 10:12) y nos enseñará a perdonar, y a descubrir todas las cualidades de aquellos que amamos, porque el amor no hace mal al prójimo (Romanos 13:10), sino que si notamos que nuestro prójimo se equivoca, en vez de acusarlo o comentar con otros su falta, debemos orar para que Dios le haga ver esa falta a su tiempo. Si por algo nos irritamos con nuestro prójimo, debemos buscar reconciliarnos con él, sin importar “quién tuvo la culpa” (Mateo 5:24), porque todos tenemos diferencias y todos cometemos errores, pero el amor mutuo nos acerca, nos cobija y nos permite arrepentirnos, facilitando la posibilidad de que en Cristo podamos enmendarnos.
Jesús nos dio este mandamiento: que nos amemos los unos a los otros, como él nos ha amado (Juan 13:34), y ese amor tiene que verse primeramente en la iglesia y en el hogar de los creyentes, entre sus miembros, en la existencia diaria de aquellos que forman la familia y el cuerpo de Cristo. Entendamos que la amistad y el cariño de hoy entre los miembros de la iglesia están cimentados en la eternidad. Nunca los perderemos, ellos serán nuestro tesoro (Juan 14:3).
Meditemos, más bien, en nuestra falta de amor, y pidamos a Dios que aumente nuestro amor para que se cumpla en nosotros lo que el apóstol Pablo recomendaba a la iglesia de los corintios: “Todas vuestras cosas sean hechas con amor” (1ª. Corintios 16:14).

martes, 29 de marzo de 2011

Poema 25

Poema 25

Obedezca mi alma a Dios
y mis palabras sigan sus su Palabra,
porque feliz es el que alcanza misericordia,
y gozosa la Iglesia que su Espíritu guía.

Sigamos al Rey con antorcha encendida,
sigamos al Rey por camino de luz.
Toda la ley de Dios es vida,
y sus testimonios son mi alegría.

Rey de reyes, Señor de señores,
nuestro adalid es él.
Espada de dos filos nos ha dado,
nos conduce a la victoria verdadera.

Triunfo contra el mal proclama
aquel a quien ama mi alma,
ante él se inclina todo hombre,
y Jesús, Hijo de Dios, se llama.

domingo, 27 de marzo de 2011

Reflexiones sobre el Salmo 144

Bendito sea Jehová mi roca…” así se inicia el Salmo 144. La roca es el fundamento de nuestra casa, y la casa del creyente es la Iglesia. Quien edifica sobre la roca puede resistir las tempestades (Mateo 7:24 y Lucas 6:48). ¿Pero de qué roca se trata? ¿Qué significa la roca? La “roca” es un símbolo, la roca representa a Cristo. Cuando en el salmo se habla de la roca se está hablando realmente del Señor Jesucristo (1ª Corintios 10:4). Una casa construida sobre la roca es firme y resiste por él; una iglesia fiel a Cristo es la que sigue su Palabra.
Estar de pie sobre la roca es tener a Cristo como base de nuestra vida. Sólo en él estamos seguros, pues su firmeza y su amor nos sostienen aún en los momentos difíciles de las pruebas. Jesús nos fortalece; nos va moldeando para perfeccionarnos, y el Espíritu nos orienta y nos permite diferenciar lo que es de Dios, de lo que no lo es. Por eso este salmo se inicia bendiciendo a Dios.
En el primer versículo también se dice:
Quien adiestra mis manos para la batalla,
Y mis dedos para la guerra

Al leer esto uno puede pasar por alto estos versos, pensando que sólo se refieren a David, porque era guerrero (además de rey, pastor, danzarín, cantante y redactor de salmos). Sin embargo, nada en los salmos es ajeno a nosotros, porque la Biblia es un gran instructivo que Dios nos da para la salvación. Entonces, tenemos que preguntarnos: ¿A qué batallas y guerras se refiere? ¿Contra qué o quiénes? ¿Cómo participamos en ellas?
Existen fuerzas que no vemos, como los ángeles caídos, los principados y las potestades del mal ante los cuales cada creyente mantiene una lucha constante. Estos enemigos tratan de emboscarnos apelando a nuestras debilidades, y mostrándonos el oropel de las tentaciones del mundo: dinero, sexo, fama, éxito, venganza, vanidad. Y cuando a la luz de esto se releen los versículos 1 y 2 del salmo, se comprueba que Dios no nos deja solos en esta lucha:
“…Escudo mío, en quien he confiado;
El que sujeta mi pueblo delante de mí”…

Dios siempre está a nuestro lado apoyándonos y sosteniéndonos, porque conoce nuestras debilidades. Él, con su enorme misericordia, nos provee los medios para protegernos de las huestes del mal (Romanos 8:37 a 39). Él es nuestro escudo y nuestra fuerza; él es nuestra roca viva, y quien nos protege de los ataques invisibles que acechan nuestra alma.
En el 3er. Versículo del salmo, David se formula preguntas que en algún momento todos los creyentes nos hacemos. ¿Por qué Dios nos protege y nos cuida, si tenemos tantos defectos? Y la respuesta es maravillosa: justamente por eso; porque nos ama y procura por todos los medios que salgamos adelante con bien. Y Dios no escatima nada (Juan 3:16).
Al ser vencido el enemigo, brota la alabanza agradecida hacia aquél que nos dio la ayuda oportuna. David la expresa (Salmo 144:9 y 10), y nosotros también,cuando nos salvamos de un accidente, cuando resistimos las tentaciones, cuando sanamos, cuando se hace justicia y cuando triunfa el amor.
Del mismo modo, en el momento en que las dificultades comienzan a turbar nuestra vida, tenemos un Dios fuerte y un gran abogado, Jesucristo, para hacernos oír. Pidamos ayuda sin dilación. Dios escuchará la oración (Jeremías 29:12; 1ª Tesalonicenses 5:17; Santiago 5:16), como escuchó a David, y nuestra Roca nos amparará. Él no dejará las ovejas a merced de los lobos (Juan 10:11 a 16).
En los versículos 7 a 11 del salmo, Davbid pide esa ayuda necesaria para ser rescatado y quitado de entre “hombres extraños””, cuya boca es vanidad y su diestra, es “diestra de mentira”. Por medio del ejemplo de David, el salmo nos dice qué hacer: recurrir siempre a Dios, mantenernos leales y firmes en él.
El salmo continúa en los versículos 12 a 14, con el ruego de David por el bienestar de su pueblo. Esto es muy importante, ya que la felicidad del creyente se alcanza compartiendo. David rogó por el bienestar de su pueblo, y durante los reinados de David y Salomón ese pueblo gozó de gran prosperidad (pero luego el rey Roboam y sus sucesores, así como el pueblo, idolatraron, se olvidaron de su Dios, y perdieron las bendiciones que habían tenido tal como lo relata 1ª Reyes 14:21 a 28).
Finalmente, el salmo concluye diciendo:
Bienaventurado el pueblo cuyo Dios es Jehová
.
Y sabemos por nuestras lecturas de la Biblia que esta bienaventuranza se alcanzó, y más adelante se perdió por falta de fe, el Salmo 144 y la Biblia dan constancia de ello.
Los creyentes tenemos que apropiar la enseñanza de este salmo: a nosotros nos toca permanecer fieles para mantener las bendiciones que Dios nos da y prosperar como Iglesia.

sábado, 12 de marzo de 2011

PONER NUESTRA VIDA EN MANOS DE CRISTO; ENTREGARLO TODO, VIVIR PARA ÉL

El creyente que en su niñez careció de una formación familiar y una educación cristiana, se acostumbró a hacer las cosas según su propio punto de vista y en sus fuerzas; por lo tanto, al convertirse recibiendo a Cristo en su corazón, resulta muy difícil aprender a depender de Dios. Sus días no son gozosos, porque por lo general, se afana en lograr cosas que no puede alcanzar plenamente, lo cual lo frustra. Tiene que aprender a obedecer a Dios, a escucharlo.
Pero no sólo este creyente, sino también el que sí tuvo una formación y una educación cristiana, tiene que tener cuidado de no separarse de lo que enseña la Biblia, porque la tentaciones, el deseo, el orgullo y las trampas del mundo, siempre están presentes en nuestra vida.
Una de las tareas de nuestros pastores es encauzarnos para que aprendamos a entrar en el reposo de la fe, para que establezcamos una relación con Dios cada día más profunda, y accedamos al gozo que ésta nos da. La tarea no es sólo de los pastores, nuestro papel no es pasivo; tenemos que estar orando para que en Cristo, Dios nos de su gracia haciendo posible que esa relación prospere; es necesario además que leamos, estudiemos, memoricemos, y hagamos parte de nuestra vida lo que dice el precioso instructivo para nuestra salvación que es la Biblia.
Leyendo la Biblia podemos responder a estas preguntas: ¿Quién nos fortalece? ¿Quién nos sustenta con su Palabra? ¿Quién sabe saciar nuestra sed espiritual? Cristo murió por nosotros para darnos la salvación, y Dios nos mostró exactamente lo que hay que hacer para ser salvos: creer que Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios, el Rey de Reyes, que vino a rescatarnos y nos ha preparado habitación en el reino de Dios.
Toda la Biblia nos enseña lo que Dios espera de nosotros, el camino que nos ha trazado y lo que tenemos que hacer para que nuestra relación con él a través de Cristo, nos acerque más a Dios, y nos haga acumular tesoros espirituales imperecederos (Mateo 6:19 a 21).
El camino que Dios tiene para nosotros no está libre de dificultades, pero cada dificultad puede ser superada, y es necesaria para engrandecernos, en la medida en que sirve para que aprendamos a ponernos en manos de Dios.
¿Qué consejos prácticos pueden ayudarnos a ir acrecentando esa paz interior y esa sabiduría no humana, que nos permite comprender, amar y perdonar? ¿Cómo lograrlo?
a) Lo primero que tenemos que hacer, siendo creyentes, es reconocer que la Biblia es la Palabra de Dios; ella es nuestro pan, nuestro alimento diario no adulterado y que no puede faltar.
b) A medida que vamos leyendo las Escrituras, tenemos que reflexionar lo que dicen. Evidentemente no se trata de simples historias ni de entretenernos o emocionarnos con ciertos pasajes, sino de ir entendiendo por qué Dios nos dice cada cosa; se trata de comprender cuál es su propósito. Esta lectura debe ser una lectura por fe.
c) Al leer la Biblia, tenemos que resaltar las partes que nos vayan pareciendo más importantes y las que sentimos que nos “hablan” personalmente, tanto para solicitar a los pastores que nos aclaren ciertos puntos, como para memorizarlas, porque a través de ellas Dios nos está “hablando” de una manera muy personal (Mateo 10:19 y Lucas 10:70).
d) Sin embargo, leer y memorizar no es suficiente; es necesario que pongamos en práctica en nuestra vida lo que vamos aprendiendo. Al hacerlo se desarrollará en nosotros una paulatina entrega a Cristo, porque aunque lo hayamos invitado a entrar en nuestro corazón, solemos impedirle que se ocupe de ciertas áreas de nuestra vida que no queremos cambiar.
e) Debemos también ser cuidadosos con lo que hacemos y con la forma en que nos relacionamos con Dios, porque en ocasiones queremos usar a Dios para que cumpla nuestros deseos, sin atender a lo que él nos dice en su Palabra. Eso provoca un alejamiento de Dios, entristece al Espíritu, y nuestra relación con él se enfría, pues no atendemos a lo que dice la Biblia:
Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones
delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.
Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros
corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Filipenses 4:5 y 6

Otra forma en que podemos equivocarnos, es cuando alabamos a Dios de palabra y nos ponemos a hacer lo que nos parece para agradarlo, cuando en realidad nos estamos agradando a nosotros mismos, tal como hacían los escribas y los fariseos en tiempo de Cristo, que practicaban un ritual para ser tenidos por piadosos por los otros hombres. Eso es una actitud hipócrita que, lejos de gustarle, le desagrada a Dios (Lucas 11:43 y 20:46 y 47).
f) Al ir aumentando nuestro conocimiento de la Biblia y fortaleciendo nuestra relación con Dios, tiene también que aumentar nuestra entrega a Jesucristo (es decir, tenemos que aprender a ser como él). Para eso necesitamos ir venciendo nuestro orgullo y soberbia (Santiago 4:6 y Daniel 4:37), dejándonos guiar por el Espíritu Santo que le dice a nuestra conciencia cómo debemos actuar.
¿Por qué dejarnos guiar? Porque no conocemos las consecuencias de nuestros actos; Dios, en cambio, las conoce aún antes de que actuemos. Tenemos que dejarnos guiar porque es fácil estar “sinceramente equivocados”, y pensar que son buenas, cosas que no lo son. Tenemos que ponernos en manos de Dios para qué él nos de señales de cuándo, cómo y dónde actuar, y pedirle que también nos de las oportunidades y las palabras apropiadas para lograr el mejor provecho de nuestras vidas.
Jesús está esperando que vayamos a él, desea ayudarnos, anhela que no nos desgastemos en esfuerzos inútiles, y aún cuando más desvalidos y cansados nos encontramos dice:
Venid a mí todos los que estais cansados y cargados y yo os
haré descansar. Llevad mi yugo en vosotros, y aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón; y hallareis descanso para vuestras almas; porque mi
yugo es fácil, y ligera mi carga.
Mateo 11:28 a 30

Así, el mejor consejo de cómo actuar para vivir en Cristo y disfrutar su paz, lo dio una niñita de la iglesia que dijo: “Cuando el diablo toca a la puerta, le digo a Jesús que responda”.

martes, 8 de febrero de 2011

LA FIDELIDAD DEL MENSAJERO

El testimonio de Juan el Bautista es importante en la formación del carácter de todos los creyentes, porque este hombre excepcional, desde su nacimiento hasta su muerte, fue fiel a la misión que Dios le encomendó: él tuvo la tarea de preparar la llegada del Mesías, y además, también tuvo el privilegio de bautizar a Jesús con agua en el Jordán y ser su amigo.
En el Viejo Testamento, los profetas y algunos hombres entregados a la fe e inspirados por Dios, dijeron que vendría el Mesías (Emanuel, Dios con Nosotros) para dar esperanza de salvación a la humanidad. Este hecho, que sería el acontecimiento más grande que vería el hombre, no debía ocurrir mientras las personas estuvieran afanadas en su vida material; era necesario un avivamiento espiritual para que prestaran atención a este maravilloso suceso, y Dios envió su mensajero: Juan fue quien tuvo a su cargo esa delicada misión.
La presencia de Juan, el mensajero, fue algo muy especial, que profetizaron Isaías (Isaías 40:3) y Malaquías (Malaquías 3:1a), y su vida, aunque breve, fue tan importante para el cumplimiento del misterio de la salvación, que a él hacen referencia todos los Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan).
¿Qué nos dicen los Evangelios sobre Juan?
En el Evangelio escrito por Lucas se da información detallada sobre su nacimiento, y se dice que Zacarías y su mujer, Elisabet (Lucas 1:5 y 6), ambos ya entrados en años, habían deseado mucho tener un hijo, pero no habían podido porque ella era estéril; este matrimonio era profundamente creyente, y Elisabet era prima de María (la madre de Jesús). La historia que cuenta cómo llegó al mundo Juan se inicia un día en el que, mientras Zacarías ofrecía incienso en el santuario del Señor, se le apareció un ángel y le dijo que sus oraciones habían sido escuchadas por Dios, y que su mujer tendría un hijo al que debían llamar Juan, el cual sería grande delante de Dios y lleno del Espíritu Santo. Ese niño, además de dar regocijo a sus padres, andaría con el espíritu de Elías “para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lucas 1:11 a 17).
Pero Zacarías dudó de lo que decía el ángel, por lo cual éste le dijo que quedaría mudo hasta que se cumpliera lo que había dicho (Lucas 1:18 a 20). Zacarías enmudeció, pero Elisabet –que sí creyó- quedó encinta. Cinco meses se recluyó Elisabet guardando su embarazo, y el sexto mes llegó a visitarla María, su prima, quien guardaba en su vientre a Jesús. Cuando ambas mujeres se saludaron, Elisabet exclamó: “Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí? Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre” (Lucas 1: 41 a 44). Esta cita da testimonio de que la amistad de Juan y Jesús estaba mucho más allá de la comprensión de las cosas cotidianas, en un plano espiritual que los mantenía cercanos aún antes de nacer.
Ocho días después del nacimiento del hijo de Zacarías y Elisabet, presentaron al niño en el templo para su circuncisión; cuando le preguntaron a su madre cuál era el nombre que le iban a poner, ella dijo Juan (Zacarías no podía hablar), ante lo cual dudaron de ella, pues ni el padre ni otros familiares tenían ese nombre. Le pidieron entonces a Zacarías que escribiera en una tablilla el nombre del niño, y puso: Juan, y todos se maravillaron, y Zacarías entonces recuperó el habla. Lo acontecido corrió de boca en boca, y la gente se preguntaba quién sería ese niño (Lucas 1:57 a 66).
Agradeciendo a Dios por el nacimiento de Juan y por haber sido perdonado y volver a hablar, Zacarías profetizó: “Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; para dar conocimiento de salvación a su pueblo, para perdón de sus pecados, por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que nos visitó desde lo alto la aurora, para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por camino de paz” (Lucas 1:76 a 79).
Los sucesos tan especiales que rodearon a Juan desde el momento en que se anunció su nacimiento a Zacarías, se debieron a que Dios lo escogió y lo envió a dar un mensaje muy especial; él vino para dar “testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz” (Juan 1:6 a 8). Y a medida que crecía era evidente que “la mano del Señor estaba con él” (Lucas 1:66b).
Juan se inició como predicador cuando vino a él palabra de Dios indicándole lo que debía hacer, y él fue fiel a lo que Dios le encomendó (Lucas 3:1 a 3). La tarea de Juan no fue fácil, pues su deber era incitar a los hombres para que se arrepintieran y reconocieran ante el Creador sus pecados, rectificando el camino andado. Así, él tenía que anunciar la llegada del Mesías preparando los corazones, a fin de que los hombres reconocieran sus errores y transgresiones, y se cumpliera el mandato divino: “Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane” (Isaías 40.4).
Juan fue un hombre muy sencillo (Mateo 3:4, Marcos 1:6) que predicaba anunciando la Palabra de Dios y bautizaba con agua para arrepentimiento (Mateo 3:11) en Jerusalén, Judea y alrededor del Jordán (Mateo 3:5). El Bautista preparó el camino de la fe, abrió brecha en medio de una generación descreída, sacudió el orgullo, llamó al arrepentimiento, bautizó, formó discípulos, entregando totalmente su vida a Dios. En sus predicaciones, se refería al Mesías diciendo: “El que de arriba viene es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo es sobre todos. Y lo que vio, y oyó, esto testifica; y nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio, este atestigua que Dios es veraz. Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida, el Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano” (Juan 3:31 a 35).
Mas refiriéndose a la gente que se acercaba a él, les enseñaba diciendo: “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa al fuego. Y la gente le preguntaba diciendo: Entonces, ¿qué haremos? Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene de comer, haga lo mismo” (Lucas 3:9 a 11). A los publicanos que querían ser bautizados, les decía que no exigieran más de lo ordenado; a los soldados, les recomendó no hacer extorsión ni calumnia a nadie, y contentarse con su paga (Lucas 3:12 a 14).
Algunas veces, cuando Juan hablaba, decía verdades que podían parecer muy duras, y algunas de ellas irritaban a ciertos pecadores que se creían “buenos”, y sin embargo no respetaban la ley. Pero él no se detenía ante ellos, porque su misión requería que los hombres reconocieran sus pecados, clamaran a Dios por el perdón, fueran bautizados y enderezaran sus caminos; así, no vacilaba en decirles a los fariseos y saduceos que acudían para ser bautizados sin un verdadero espíritu de arrepentimiento: “¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?” (Mateo 3:7b, Lucas 3:7).
A pesar de tener enemigos entre los fariseos y la jerarquía religiosa, entre el pueblo Juan era muy reconocido, y muchos lo seguían, aunque la gente no sabía bien quién era, y se preguntaban si sería profeta, el propio Elías o el Mesías (Lucas 3:15). Sus enemigos –los fariseos, sacerdotes, levitas- lo abordaron una vez en Betábora, al otro lado del Jordán, porque también tenían las mismas dudas, y así le preguntaron quién era, y dijo no ser Elías, ni un profeta, ni el Cristo, sino: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías” (Juan 1:19 a 24). Ante esa respuesta continuaron preguntándole por qué bautizaba, y Juan respondió: “Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conoceis. Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa de su calzado” (Juan 1:25 a 27).
Un día en que Juan estaba bautizando en el Jordán, se presentó ante él Jesús para que lo bautizara también a él, y Juan “se oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia” (Mateo 3:13 a 15). Y una vez que lo hubo bautizado y subió del agua, los cielos fueron abiertos y el Espíritu de Dios, como paloma, descendió sobre Jesús, en tanto que una voz de los cielos decía: “Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:16 y 17/Marcos 1:10 y 11/Lucas 3:21b y 22/Juan 1:32 y 34). Al día siguiente, estando Juan con dos de sus discípulos, vio a Jesús y señalándolo les dijo: “He aquí al Cordero de Dios”, y los discípulos se acercaron a Jesús, y éste los recibió y le siguieron (Juan 1:35 a 39). Así, Juan encaminó hacia Jesús sus discípulos, no actuando como un maestro celoso, sino como un mensajero fiel, …aunque fue más que un mensajero.
Algunas personas no entendían que Juan cediera sus discípulos y su popularidad a Jesús, y se lo dijeron, mas él les respondió: “El que tiene la esposa es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido” (Juan 3:29). Juan fue realmente, además del mensajero, el amigo de Jesús. Porque en él se observa ese amor precioso del que habla Pablo en la 1ª. Epístola a los Corintios: “El amor es sufrido, es benigno, el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo soporta” (1ª. Corintios 13:4 a 7).
Sin embargo, esa maravillosa persona que fue Juan, no pudo seguir por más tiempo su preciosa labor de anunciar al Cristo, aunque eso ya no era necesario porque Jesús mismo atraía multitudes, hacía milagros y las acercaba a la salvación. Herodes el tetrarca, encarceló a Juan debido a que éste condenaba su situación de pecado, pues mantenía relaciones ilícitas con Herodías, la mujer de su hermano Felipe. Estando preso, Juan envió a Jesús algunos de sus discípulos para ver si era a él a quien tanto esperaban; y esto, debido al celo al cumplir su cometido: anunciar la venida del Mesías. Cuando regresaron los discípulos confirmando que Jesús era el Hijo de Dios, el esperado Cristo, Juan reposó con la certeza de haber cumplido cabalmente con lo que se le había encomendado, pues como había dicho: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengue” (Juan 3:30).
Sabiendo que Juan estaba prisionero en la cárcel de Herodes, Herodías –esposa de Felipe y amante de Herodes su hermano- aprovechó un momento favorable, para lograr que por intermedio de su hija Salomé, Juan fuera finalmente decapitado (Mateo 14:3 a 12). Sus discípulos enterraron su cuerpo, y cuando la triste noticia llegó a Jesús, se fue a un lugar desierto y apartado. Juan, el amigo del esposo, el fiel mensajero, ya no estaba aquí.
¿Qué nos muestra la vida de Juan?
Más allá de las anécdotas, están los rasgos de su personalidad que se destacan a través de los testimonios y enseñanzas que nos deja su vida, entre los que se destacan:
• Fe y amor a Dios sobre todas las cosas, porque fue constante en su amor a Dios y en el cumplimiento de su mandato hasta los últimos instantes de su vida.
• Humildad, pues reconoció la diferencia entre su bautismo y el bautismo con el Espíritu Santo que dio Jesús; porque nunca mostró orgullo, sino que aún en los momentos en que más gente lo seguía, sólo se presentó como la “voz del que clama en el desierto”, reconociendo la preeminencia de Jesús, y porque aceptó su destino mostrando mansedumbre y obediencia a Dios.
• Veracidad, porque reconvino a los hombres por sus pecados, sin importar si eso hacía peligrar su vida.
• Amistad, porque como él mismo dijo, el amigo del esposo se goza viéndolo feliz.
• Generosidad, ya que dio a Jesús a sus mejores discípulos y le cedió su popularidad entre la gente del pueblo.
• Entrega, que se manifestó, por ejemplo, cuando le dijo a sus discípulos hacia el final de sus días: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30).
La vida Juan tiene para nosotros, los creyentes, un gran valor, pues muestra aspectos del carácter que nosotros tenemos que ir desarrollando y que iremos alcanzando, puestos lo ojos, como él lo hacía, en Jesús. Su amor a Dios, su entrega a Jesucristo, su humildad, su fidelidad, el constante compromiso con el cumplimiento de la tarea que le había sido encomendada, son un buen ejemplo de cómo debe ser nuestra vida. Juan el Bautista fue tan importante en la tierra, que de él dijo Jesús: “De cierto os digo, Entre los varones que nacen de mujer no se ha levantado uno mayor que Juan el Bautista (…) él es aquel Elías que había de venir” (Mateo 11:11 y14b).

sábado, 22 de enero de 2011

Poema 24

Te entregué mi iniquidad
y me diste paz; mi dolor te di,
y encontré serenidad.

¿Dónde está el Hijo de Dios?
mi corazón se abrió a él,
ahora también habita en mí.

Jesús tuvo de mí misericordia;
se llevó mi amargura
y me rodeó su dulzura.

No hay tiempo de tristeza,
el mundo está de cabeza
y necesita oración.

Alabanza bella y santa,
voz que escucha nuestro Dios,
llega al cielo con presteza
cuando la iglesia canta
y a él se entrega con pasión.

Compartamos testimonios
y guardemos mandamientos,
llevemos las buenas nuevas
que Jesús un día nos dio.

Luminarias ejemplares,
gestos de sincero amor,
mirando siempre de frente
honremos en todo al Señor.

¿Cuándo vendremos a Dios?
Lo llama el corazón,
nuestra alma clama.
El día llegará, no desesperes,
y habitarás en su amor.

Poema 23

Dame las palabras precisas,
esas que en Jesús reflejan luz,
úsame a mí, llévame a tí.

Jesús enseña con paciencia
cosas que no sabe la ciencia,
y en la vivencia de sus testimonios
nuestra vida rompe sus cadenas,
sus condenas.

¿Quién habitará en tu amor?
Blanquea mi alma
para que sin inquietud, con calma,
me presente ante el Señor.

A Dios me debo y a él voy,
donde el tiempo pierde su importancia,
alcanzada la promesa,
revelada la palabra,
con la dicha de saber quien soy.