viernes, 11 de noviembre de 2011

MENTIRA Y FE


Una de las formas más silenciosas y perversas de la mentira se inicia cuando cuándo, al tener que tomar una decisión en un caso en el que existen dos o más opciones incompatibles entre sí e igualmente atractivas, escogemos una de ellas.
Desde el momento en que hacemos esa elección se produce insatisfacción, porque la otra opción también tenía aspectos importantes para nosotros; debido a eso tratamos de reducir la inseguridad que tal decisión produce en nosotros, buscando justificarnos –autojustificarnos- y al mismo tiempo demeritar lo que dejamos de lado.
Por ejemplo: ¿Iremos a visitar a nuestra amiga que está enferma o al cine a ver una película? Nuestra amiga está sola y nos ha pedido que la visitemos, y la película la queríamos ver desde hace tiempo, sólo estará hoy en cartelera.
Cualquiera que sea la decisión tomada, lo que dejamos de hacer pesará sobre nosotros provocando inquietud, y para calmar esa inquietud es que buscamos alguna manera de reforzar las ventajas de nuestra decisión y destacar las desventajas de lo que dejamos de lado. Al tratar de forzar las ventajas de nuestra decisión, nos autojustificamos por haberla tomado y generalmente nos mentimos y engañamos a nosotros mismos. En eso reside parte de la perversión que ejerce esta mentira.
La ansiedad, inseguridad o inquietud que provoca no saber si hemos hecho la elección correcta  en casos como este, ha sido llamada por los psicólogos “disonancia cognoscitiva” y ellos la han estudiado ampliamente, pero siempre desde una perspectiva científica que no toma en cuenta la existencia de Dios.
Cada una de nuestras autojustificaciones está lejos de la perspectiva que Dios tiene de las cosas. Esto se debe a que la perspectiva de Dios está por encima del tiempo, de los intereses personales y de las circunstancias. En la visión que Dios tiene, los antecedentes y las consecuencias no existen como nosotros los percibimos; él conoce la totalidad. La Biblia, que es la Palabra de Dios, lo señala con palabras sencillas que todos podemos entender. En Isaías 55:8 se confirma esto en una breve frase: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová.”
También en la Biblia, Dios nos dice que tiene para nosotros pensamientos de paz (Jeremías 29:11, 1ª de Corintios 14:33 y Filipenses 4:7) y que confiemos en él (Juan 16:33).
Pero a veces nos olvidamos de Dios y queremos hacer las cosas en nuestras propias fuerzas; en las de nuestra existencia mundana. En el mundo y estando en el mundo, el mecanismo de la mentira avanza rápidamente y se potencia mediante nuestras autojustificaciones, pervirtiendo la verdad.
A través de la forma en que justificamos nuestras propias decisiones y elecciones llegamos a creer que hicimos bien, condenamos lo que rechazamos sin entender en qué consistía, y lo que es peor, si los demás se dan cuenta de que estamos tratando de justificar y reducir artificialmente la incongruencia o disonancia, lo negamos enfáticamente… Y si nuestros argumentos no son suficientes para enfrentar a quien está en lo cierto o contradice lo que pensamos, nos refugiamos en los argumentos y en los grupos de personas, que por estar igualmente inciertas, piensan como uno.
Diversos estudios psicológicos demuestran que esta es la forma de actuar de las personas (en Internet puedes ver muchas páginas y artículos completos sobre esto), y la aprovechan para usarla en beneficio propio para manipular y engañar a los demás haciéndolos comprar, votar, seguir algún ídolo mediático o cualquier otro propósito ajeno a la voluntad de Dios. Esto no nos debe extrañar, porque el mundo entero está bajo el maligno (1ª de Juan 5:19).
Como resultado de esta manipulación, las personas que –por ejemplo- compraron algo que no reunió las características prometidas y por tal decisión dejaron de lado cosas que sí necesitaban, manejan autojustificaciones de su error como las siguientes: "no importa; es tan barato que no vale la pena reclamar", o "esto me podría servir para otra cosa", o "a todos los compradores les ha pasado lo mismo", o "no tuve tiempo de leer las instrucciones", etc. ¿Alguna vez te ha sucedido? Procura que no vuelva a pasar, poniendo todas tus decisiones en las manos de Dios.
Caer en el pozo ciego de la disonancia es muy frecuente, y ocurre también a los creyentes cuando son atrapados por la atracción que algún dilema nos presenta. Este “atractor extraño” funciona cuando no estamos entregándonos a Dios por completo y nuestra antigua naturaleza pecadora logra engañarnos por medio del orgullo, para que tomemos las decisiones por nosotros mismos y sin consultar antes con Dios (recordemos que Él ve lo que nosotros no vemos).
¡Qué diferente se ve la realidad cuando se confía en Dios! El reposo de la fe actúa en nosotros (Juan 16:33) y es la base de una conducta prudente que nos impide precipitarnos a tomar decisiones. Dios no se equivoca (Romanos 8:28), y además nos ama (Juan 3:16). Él no nos aconsejará mal, sino que nos irá enseñando a pensar de una forma nueva (Filipenses 4:8 y 9) y nos dará los medios necesarios para actuar de modo que no caigamos en la mentira monstruosa con que nos engañamos a nosotros mismos.
Tal mentira tiene como consecuencia una perversión aún mayor: la insensibilización, y produce esos ojos ciegos y oídos sordos, que no permiten conocer a Dios.
Los estudios de investigadores en el campo de la disonancia cognoscitiva muestran –por ejemplo- que las personas y los grupos que reducen la disonancia, entre tomar una decisión acerca de algo que según su conciencia es malo y obtener una recompensa, o no hacerlo y quedar como se está o aún sufrir un castigo, suelen optar por la primer posibilidad, y acallan su conciencia con justificaciones que son mucho más frecuentes que lo que uno piensa. Por ejemplo: el que recibe un soborno (“mordida”) o el que roba, puede usar para justificarse un conocido refrán: “el que no tranza no avanza”, y es relativamente común que criminales frecuentes, tengan la costumbre de “descargar su culpa” acudiendo a procesiones y actos religiosos que nada tienen que ver con lo que Dios enseña, sino con lo que quiere su padre el diablo (Juan 8:44).
Es debido al terrible mal que causa el maridaje entre orgullo y mentira, que cuando se presenta la necesidad de decidir o escoger entre opciones discrepantes y atractivas, tenemos que tener puestos nuestros ojos en Cristo y situarnos dentro del reposo que sólo Dios nos da, esperando con paciencia y mansedumbre su respuesta perfecta, sabia, que otra vez nos encaminará hacia la luz (la claridad) que emana de sus mandamientos y la sabiduría a la que nos conducen sus testimonios (Salmo 19:7).
Si confías en Dios y dejas que te guíe no caerás jamás.