domingo, 5 de septiembre de 2010

Credulidad y fe

Diversas circunstancias, en algunas de las cuales yo he incurrido, me conducen a hacer esta reflexión. Y la expongo, porque quizás sea útil para otros, porque sin darnos cuenta, muchas veces creyendo actuar por fé, caemos en la credulidad.
Credulidad es creer sin bases reales para tener fe; es un autoengaño.
Es relativamente fácil caer en la credulidad. Por ejemplo: en general pensamos que todos en la iglesia participan en la misma fe, y se rigen por el temor de Dios y el cumplimiento de sus mandamientos, lo que nos hace actuar con una confianza infundada ante las personas que acuden a ella.
Pero esa "confianza" es credulidad; muchas malas experiencias que acaban alejando o lastiman a algunas personas, se basan en que confiaron en quienes no debían hacerlo.
En la iglesia no todos participan de la misma fe, no todos sienten temor de Dios, y casi nadie se rige siempre por sus mandamientos y los cumple. Esto no debe escandalizarnos, ya que nosotros mismos fallamos más de lo que nos gusta admitir en el cumplimiento de los mandamientos de Dios.
También se nos olvida que no todos los miembros de la iglesia han crecido igualmente en la fe; es decir, se encuentran en la iglesia desde los bebés en Cristo (los recién convertidos) hasta los ancianos, que tienen una larga experiencia en la Palabra de Dios y han recorrido largos trechos bajo su guía. De modo que, aún cuando todos sean creyentes (lo cual luego veremos que no es así), no todos entienden de la misma manera las cosas de Dios. Por lo tanto, si esperamos de los demás cosas que ni siquiera entienden, y que no están en posibilidad de hacer, también caemos en una actitud crédula.
Las personas que recientemente han recibido a Cristo en su corazón y las que no se han ocupado mucho de su crecimiento espiritual, tienen que ir conociendo poco a poco, el plan que Dios tiene para nosotros, y encaminar su vida de acuerdo con él. Eso lleva tiempo de estudio, y requiere dedicación y experiencia. La posibilidad de que ellos fallen ante nuestras expectativas es alta, y el hecho de que les atribuyamos características que no tienen aún, también es credulidad.
Podemos preguntarnos: ¿y los ancianos? ¿esos no se equivocan? Desde luego que se equivocan, nadie es perfecto en este mundo; pero los ancianos tienen más recursos para rectificar y acudir a Dios para que los reconduzca por el camino verdadero.
La persona que acaba de convertirse es como un bebé, que no resiste el alimento sólido que se encuentra, por ejemplo, en los libros más complejos de la Biblia, sino que necesita la leche espiritual no adulterada (1a. de Corintios 3:1 y 2, y 1a. Pedro 2:2) que derrama con generosidad el Evangelio de Juan.
¿Lo anterior quiere decir que no debemos confiar en nadie? Lo anterior sólo tiene el propósito de que antes que confiar en las personas, y aún en la iglesia, confiemos en Dios y le pidamos su consejo, y que no decidamos nada sin antes reconocer y confirmar que ese consejo que hemos recibido procede de Dios, y no es la respuesta que queremos oír apoyados en nuestros propios deseos.
La credulidad no sólo afecta a los individuos. Es posible también, que tanto una persona, como un grupo, o la iglesia misma, cometan actos de credulidad, porque nuestra vieja naturaleza (la de antes de recibir a Cristo en nuestro corazón) persiste en tratar de hacernos ver que podemos hacer las cosas por nuestro propio esfuerzo, es decir, sin Dios, y disfrazar de legítimos nuestros deseos humanos.
Al hacer lo que nos parece, independientemente de Dios, nos convencemos a nosotros mismos de que las cosas son como las vemos, y no consultamos el parecer de nuestro Padre Celestial, ni de nuestro Señor Jesucristo, y tampoco escuchamos las reconvenciones del Espíritu Santo, que nos invita a recapacitar.
Caer en la credulidad es relativaente fácil, en la medida en que nuestro orgullo nos hace ver las cosas como no son, sino como nosotros queremos que sean.
Por otro lado, cuando el apóstol Juan dice en una de sus epístolas (cartas) que seamos prudentes y probemos los espíritus (1a. de Juan 4:1), nos alerta para que no seamos crédulos.
Esto es importante, porque alrededor del creyente, y aún en la iglesia, pueden encontrarse anticristos, agazapados bajo una piel de cordero (1a. de Juan 2:19). Éstos buscan engañar, crear disensión, enfrentamiento, debilitar la fe, provocar amargura, inflar el orgullo, y en fin, hacer todo lo posible para que la vida de los hijos de Dios no tenga fruto.
Recordemos que los creyentes luchamos por prevalecer en Cristo contra ángeles, principados y potestades del mal, que aún cuando no nos pueden quitar la salvación, tratan de dificultar nuestro desarrollo espiritual al servicio de nuestro Señor (Romanos 8:38 y 39).
Pero si ya cometimos el error de actuar con credulidad, y nos enfrentamos a sus consecuencias, arrepentidos acudamos sin más dilación a Jesús, de rodillas, para pedirle perdón y ayuda. Él nunca nos fallará; es más, está esperando que lo hagamos (Mateo 11:28 y Juan 6:35).
Aprender la lección es duro, pero uno puede resultar enriquecido. Del arrepentimiento sincero y el perdón de Dios están hechas muchas de las más grandes obras. Lo importante es que en todo este proceso no se debilite nuestra fe y la esperanza en la salvación que Jesucristo puso a nuestro alcance.
La fe es "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Hebreos 11:1).
La fe está fundamentada en Dios, y es contraria a la credulidad, que está fundamentada en la percepción y el parecer humanos (opiniones, deseos, valores, caprichos personales, etc.).
Por fe en que Jesucristo, el Hijo de Dios, con su sacrificio hizo posible la salvación, es que los creyentes han orado, arrepentidos, pidiendo que el Salvador entre a su corazón y transforme sus vidas. Y al hacerlo, han alcanzado ese divino regalo que es su salvación personal (si nunca has orado de esta manera, ahora es cuando debes hacerlo, y tendrás acceso a ese inigualable regalo que cambiará tu vida llenándola de paz).
Ésto, que para otros puede parecer locura (1a. de Corintios 1:18), para el creyente es un hecho claro, que ha vivido y ha marcado sigificativamente su existencia.
La fe en Dios y el conocimiento de su Palabra en la Biblia, salva, consuela, da fuerza, da vida, sana, esclarece, facilita la comprensión, anima y encauza la vida de los creyentes.
Así que, cuando oremos, pidamos al Señor, como los apóstoles: "Auméntanos la fe", porque sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:6).
Por lo tanto, aún cuando hayamos caido en la credulidad, Dios nos tenderá su mano y nos hará salir adelante. Su respuesta confirmará que hemos aprendido la lección, porque "a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan para bien" (Romanos 8:28).
Sellados, así, nuestros corazones para Dios, seamos prudentes para dejar atrás las actitudes crédulas, que tanto daño nos hacen, y alimentemos la fe, que nos acerca a él y nos hace gozar en obediencia y amor.

1 comentario:

  1. ¡Hola! Dra. Silvia Molina, es una grata sopresa leer sus reflexiones y pensamientos sobre la Biblia. Me gustó mucho este artículo sobre las diferencias entre la credulidad y la fe. Creo que muchas veces actuamos sólo por credulidad, por influencia de lo que dicen o hacen los demás, y no por fe y amor verdadero hacia Dios.
    Considero que es importante reflexionar y preguntarnos si sólo actuamos por credulidad o si lo hacemos por fe.

    ¡Saludos!

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