lunes, 20 de diciembre de 2010

El caso de Zaqueo

Zaqueo era un publicano muy rico, y muy bajito. Él sabía lo que era ser pequeño y no le gustaba, pero toda su riqueza no le había servido para crecer un palmo. Enterado de que el Señor Jesús llegaría a la ciudad, decidió verlo, aunque para eso tendría que humillarse reconociendo ante los demás su condición, pues entre el gentío su baja estatura le impediría hacerlo. Aceptado públicamente que era muy chaparrito, y con la esperanza de divisarlo a pesar de la multitud que lo rodeaba, se encaramó en un árbol.
La grandeza de la fe del pequeño Zaqueo es un ejemplo que todos debemos seguir. Él puso a Jesús por encima de su orgullo. Nosotros tenemos que hacer igual que él. Zaqueo quería ver a Jesús, nosotros también; Zaqueo tenía fe, igual nosotros. Pero a diferencia de la mayoría, no dudó; no se detuvo; no puso reparos, sino que cuando Cristo se acercó hasta donde estaba y lo llamó diciendo:
Zaqueo, date prisa, desciede, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.
Lucas 19:5b
respondió de inmediato:
Entonces él descendió aprisa y le recibió gozoso.
Lucas 19:6
¿Somos nosotros tan rápidos para aceptar lo que Dios nos dice? ¿Mostramos siempre gozo al servir al Señor? Zaqueo era consciente de ser un pecador, y sin embargo, estaba recibiendo el don más preciado: la salvación. Ese acto de amor por parte del Señor Jesús se proyectó de inmediato en su vida(1a. Juan 4:19), y voluntariamente dijo:
He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he
defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado.
Lucas 19:8
La consciencia de pecado movió a Zaqueo a reparar sus errores. Esa misma consciencia es la que nos mueve a buscar en la palabra y a conocer a través de ella nuestros propios pecados y enmendarlos, enderezando nuestro camino.
Zaqueo tenía a Jesús frente a él, nosotros también lo tenemos. ¿Obraremos como Zaqueo? Dejemos que la Palabra abra nuestro corazón y actuemos con la rapidez y generosidad de Zaqueo.
¿Dirá Jesús una vez más: “Hoy ha venido la salvación a esta casa?” (Lucas 19:9a)
Esto es lo que deseo y lo que le pido a Dios que haga posible: abrir nuestro corazón a Jesús para consolidar nuestro compromiso con él en un acto de perpetua entrega y constante amor, y para todos en su Iglesia, unidos en el cuerpo de Cristo, compartamos su luz con los que aún no la reciben.

martes, 7 de diciembre de 2010

Poema 22

En el cielo iluminado
por la estrella anunciadora,
se rasgaron las tinieblas
con su luz alentadora.

¿Qué dijo el ángel de Dios?
Fue una noche de alabanza,
canto y danza.
¡Ha llegado el Salvador!

¿Qué dijo el ángel de Dios?
Fue una noche de alabanza
para el que puso su esperanza
en la promesa de amor.

Y ha pasado mucho tiempo,
mas se alegra el corazón,
porque está vivo el recuerdo
del pequeño Salvador.

Y ha pasado mucho tiempo,
mas se alegra el corazón,
porque hoy todos sabemos:
¡la promesa de cumplió!

jueves, 2 de diciembre de 2010

Poema 21

La suavidad del papel no iguala
las palabras de amor que hay en tus páginas;
y yo acaricio esas palabras,
que alientan mi reposo
e impulsan mi confianza.

Cuando era niña leía de corrido;
entendía todo, según me parecía.
me detengo hoy en tu lectura:
cada frase contiene más verdades
de las que mi entendimiento capta.

Esas páginas dicen como somos;
en los ojos que leen, descansa la mirada.
Lo dicho sube desde el libro al alma.
No son ni los nombres ni las historias,
no son las palabras bellamente articuladas:
el pensamiento de Dios es perfecto,
como precisas son sus palabras.

Desde la Biblia llega la voz de Dios
y se transforma en práctica:
mueve a los creyentes y los cambia;
sin detenerse sigue adelante,
toca al incrédulo y lo convierte.
El pensamiento de Dios es perfecto,
como precisas son todas sus palabras.

Poema 20

¿Qué puedo decirte, Dios, que ya no sepas?
¿Qué puedo darte?
¿Apuros? ¿Olvidos? ¿Temor?
Por tu voluntad existo;
con profundidad me conoces.
Tú me formaste de polvo,
de polvo agitado por un soplo de amor.

Poema 19: Oración

Toca nuestro corazón, oh Dios,
para que veamos lo que no sabemos ver,
para que nos demos cuenta;
si, para que nos demos cuenta.

¿Por qué es fácil condolernos
del padecimiento de quienes son como nosotros,
y no de quienes nos sirven?
¿Qué le pasa a nuestro corazón?

Por unos oramos y procuramos auxilio,
a los otros les exigimos siempre más.
¿Qué le pasa a nuestro corazón?
El Espíritu se duele de nuestra ceguera;
nuestra dureza es piedra de tropiezo,
es caída y es dolor.

Nuestra conciencia está cegada…

Disciplíname, amado Padre,
antes de que sea tarde;
edúcame para vencer el orgullo
que me impide ver que ellos
sufren y padecen tanto o más que yo.

Jesús lavó los pies de sus discípulos,
y dio su vida por nuestra salvación;
si siendo Hijo de Dios
pudo dar tanto:
¿no debemos nosotros inclinarnos
y servir a los que nos sirven con amor?

Este pecado oculto a nuestra conciencia
nos hace abominables ante Dios.
Te ruego, y por Jesucristo te suplico,
que nos guíes hacia el camino de paz,
para que nos aproximemos,
nos abracemos,
y nos des tu perdón.

Poema 18

La luz de la mirada de Dios cae sobre todos,
conoce a cada uno,
sabe lo que pensamos,
desvela nuestras tinieblas…
Pero estamos como idos, distraídos.
¿Abrirás tu corazón al que te ama?
¿Le darás tu corazón al que te espera?

Él sabía cómo seríamos desde siempre,
él nos sustentó desde el primer día,
con solícito cuidado nos veía,
y nos dejó crecer,
y nos dejó crecer.
Dios trazó el universo donde estamos,
de todos modos él nos ama,
pero también creó otras formas,
formas extrañas,
de selvas, mares, llanura y montañas,
y también las dejó ser,
las dejó ser.

¿Abrirás tu corazón al que te ama?
¿Le darás tu corazón al que te espera?
Del Verbo son las brillantes entrañas del espacio,
su sabiduría impulsó todo movimiento;
emergió de Dios lo que llamamos el principio,
determinó también lo que será el final,
pero rescatando,
eternamente, rescatando lo que ante sus ojos
vale la pena amar.

¿Abrirás tu corazón al que te ama?
¿Le darás tu corazón al que te espera?
Suben al cielo
Oraciones perfumadas de deseo,
anhelos de ser amados,
sed de pertenecer.
Nuestra miradas pueden atravesar el velo,
el velo tejido, el velo partido,
la bruma, las nebulosas trampas.
Nuestras miradas pueden atravesar el velo
para ver,
finalmente, para ver.

Poema 17

Miro, desde la noche estrellada,
los silencios que dejan las sombras
entre las palmas;
mis huellas sobre la arena
por las olas son borradas.
Murmuraciones del mar,
chismes entre olas jóvenes y rocas viejas,
y más allá,
la sirena ahogada de un gran barco,
que se ve pequeño,
iluminado al borde mismo del abismo.
La noche ha tragado la gente
y despliega triunfante
su capa oscura,
invitando al sueño.
Y en este lugar,
En este instante,
sin sentir –como yo- que el tiempo pasa,
Dios está presente, constante.

La vida no se detuvo a la hora de dormir;
en el espacio del perfume
las flores alaban a Dios;
con el lenguaje del aire,
la naturaleza alaba a Dios.
Desde el pueblo cercano
cada casa alaba a Dios;
mi corazón lo alaba.
El niño acurrucado en su cama
se acerca soñando a él,
mientras su sonrisa divaga.
Los músculos relajados
del hombre que trabaja, el olor de su cuerpo,
la piel del espíritu de la noche,
la esperanza del mañana,
todo y todos alaban a Dios;
aún sin darse cuenta, lo alaban.

Bendito el que vino,
el que está,
el que vendrá
en el nombre del Señor.
Detrás del horizonte,
más allá del mar
la luz de la aurora se levanta:
ella también va a orar.

lunes, 22 de noviembre de 2010

¿Qué necesitamos los creyentes para tener éxito?

La idea de éxito que tenemos los creyente es muy diferente de la que puede tener una persona que no ha permitido que Cristo entre en su corazón y reoriente su vida. Para los creyentes, el éxito es fundamentalmente espiritual, aunque -como Salomón- también podamos recibir de parte de Dios compensaciones materiales.
Este éxito tiene que ver con la acumulación de riquezas en el cielo, donde ningún ladrón puede robarlas y donde no hay nada que las destruya. Pero para alcanzarlo, se requiere seguir lo que la Palabra de Dios nos enseña.
En principio, es sencillo y práctico lo que Dios propone para que tengamos éxitos espirituales; no tenemos que esforzarnos, Dios lo hará por nosotros. El problema es que nuestra naturaleza es rebelde (Romanos 3:23), nos cuesta mucho permitir que Dios nos guíe.
¿Cuántas veces nos sorprendemos a nosotros mismos haciendo las cosas en nuestras propias fuerzas, sin haber antes consultado a Dios, ni haberle pedido su ayuda para que se resuelvan de la mejor manera?
Esta rebeldía, este no dejarse guiar, este querer hacer las cosas como nos gusta o nos parece que deben ser, le sucede en ciertos moementos aún a los creyentes más experimentados. Ocurre cuando más pretendemos conocer algo o "saber cómo deben ser las cosas", es decir, cuando confiamos en nosotros mismos y lo que sabemos, y se nos olvida que nuestro corazón es engañoso (Jeremías 17:9). Nos proponemos metas y luchamos por alcanzarlas sin darnos cuenta que, a veces, esas mismas metas (buenas a nuestros ojos) no son las de Dios, que ve mucho más allá de nuestros ojos (Isaías 55:8).
A pesar de nuestra fe, a veces no pasamos las pruebas, porque nos afanamos por alcanzar lo que queremos, nos inquietamos, y a veces, ¡hasta nos enojamos con Dios! porque no logramos nuestros objetivos. En muchos casos somos impacientes. Olvidamos que la impaciencia y el orgullo van de la mano. Nos desgastamos y desviamos del precioso plan que Dios tiene para nuestra vida.
Pocas veces, cuando lo que deseamos no sucede, nos damos cuenta que nosotros somos el principal obstáculo para alcanzar el éxito.
Conociéndonos como nos conoce, sabiendo de lo que somos capaces y de lo que no, Dios quiere otro destino para nosotros. Por lo tanto, aunque nos permite elegir, también nos va a corregir, y hasta tiene siempre disponible su perdón ante nuestro arrepentimiento, ofreciéndonos una manera de reencauzarnos a través de su Palabra.
El éxito para el creyente reside en buena medida en que no se empecine en hacer las cosas a su manera, y que tampoco se oriente hacia cosas vanas. La Biblia, que es la Palabra de Dios, nos enseña que nuestros afanes, motivados en deseos mundanos, son vanidad.
La vida es más que la comida y el cuerpo que el vestido.
Lucas 12:25
Si ponemos nuestra meta en el reino de Dios, vemos que lo que nos beneficia no es ni el esfuerzo que hacemos en nuestras propias fuerzas, ni las súplicas equivocadas, pidiéndole a Dios cosas contrarias a su amor para con nosotros. El éxito del creyente se puede alcanzar, o mejor dicho, se va alcanzando a lo largo de su vida, si se entrega a Jesucristo y aprende a resistir los embates de su naturaleza pecadora.
Buscando y aprendiendo a amar a Dios a través de Cristo, con todo el corazón y con toda el alma, aprendemos a reconocer cuál es la meta verdadera, en qué reside la clave del éxito: en el supremo llamamiento de Dios.
A este llamamiento se acude por medio de la fe. Como todo lo que es de Dios, nunca cambia, aunque se expresa de manera diferente en la vida de cada creyente.
Aquellos que buscan el reino de Dios y dejan que él los guíe, no sólo alcanzan la meta, sino que les son añadidas muchas más cosas (Lucas 12:31).
El llamamiento de Dios es para todos, pero algunos no lo pueden oír, porque el mundo y sus afanes (Marcos 4:18 y 19), como la maleza que ahoga la buena planta crecida de buena semilla...

Te hacen divagar de las razones de la sabiduría.
Proverbios 19:27

Pero aquél que oye su voz, y abraza esa voz, el que bebe esa Palabra y se entrega a su Señor, tiene éxito y acumula tesoros celestiales para toda la eternidad. En Cristo todo eso es posible y en el Espíritu Santo está el buen consejo.
Así, aunque nuestros pensamientos se agolpen y tengamos que luchar contra nuestro orgullo, siempre hay un consejo acertado y lleno de amor de parte de Dios, para que podamos alcanzar esos tesoros, pues está dicho:

Muchos pensamientos hay en el corazón del hombre, mas el consejo
de Jehová prevalecerá.

Proverbios 19:21

Cuando los creyentes buscamos y escuchamos el consejo de Dios, con fe en su infinita sabiduría y con un amor que nos acerque a su perfecto amor, cuando nos ponemos a su disposición y somos dóciles y mansos, ávidos de seguir su Palabra, nuestro éxito está garantizado y las coronas dispuestas,esperándonos,pues:

Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad para
recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.

1a. Corintios 9:25

He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la
fe.Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará
el Señor Jesús, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a
todos los que aman su venida.

2a.Timoteo 4: 7 y 8

Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando
haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha
prometido a los que le aman.

Santiago 1:12

Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis
la corona incorruptible de gloria.

1a. Pedro 5:4.

Estas y otras coronas nos esperan a los creyentes que en todo hayamos sido fieles y que hayamos aceptado la misericordia de Dios con la misma humildad con que nos dirigimos a él, el día que le entregamos a Jesús nuestro corazón. Nuestro éxito no es de este mundo, nuestro éxito no consiste en ser más que otro ni en tener una posición privilegiada, sino en haber aprendido a servir y amar a Dios con ese mismo amor ágape, que él ha derramado sobre nosotros y que Cristo demostró en la cruz, al sacrificarse para que muchos pudieran salvarse.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Poema 16 La Biblia

Quiero seguir y seguir leyendo, oyendo, viendo,
quiero seguir y seguir creyendo.
En tí aprendí que las palabras
pueden ser caricias de amor
o gemidos de indecible dolor.

Quiero seguir y seguir leyendo, oyendo, viendo,
quiero seguir y seguir creyendo.
En la tinta tu voz no se esconde
y en el papel se sustenta,
tus palabras tienen siempre un destino
que nuestra alma alimenta.

Quiero seguir y seguir leyendo, oyendo, viendo,
quiero seguir y seguir creyendo.
Te he buscado, y ahora sé dónde
se encuentra la clave de mi sino;
mi alma se contenta
porque no me amas por mis obras,
sino que en tu gracia está mi camino.

Quiero seguir y seguir leyendo, oyendo, viendo,
Quiero seguir y seguir creyendo.

Inseguridad y fe


Hace unos años estaba en un hotel en Playa del Carmen (en Quintana Roo, México) cuando entró el huracán Vilma. Al principio, el viento provocaba un ruido ensordecedor: los objetos que arrastraba chocaban entre sí o contra los edificios. El mar estaba embravecido. Resguardada en una vivienda bien construida, no dejaba de preguntarme si resistiría frente a las fuertes ráfagas de aire que llegaban desde todas direcciones. Era inevitable pensar en la fragilidad de nuestra existencia y en que todo lo que la humanidad había hecho no servía frente a un huracán como ese y un mar embravecido.
Cuando el huracán pasó, salí –como los demás- y me encontré con un panorama devastado: automóviles chocados, calles en las que el agua corría como si fueran canales, edificios destruidos, y hasta una alberca y una caseta de baños volteados sobre la playa (el viento los había arrancado y arrastrado hasta dejarlos allí). Mi esperanza de pasar unos días placenteros de sol y mar, se había transformado en un sorprendente recorrido bajo un cielo aún nublado, entre árboles sin hojas, ramas atravesadas en las aceras, edificios dañados, turistas que trataban de salir de allí como fuera, y gente del pueblo, que consideraba lo que había perdido y se ponía a trabajar en la reconstrucción. Fue una experiencia que no busqué, pero de la cual estoy satisfecha por todo lo que me enseñó.
Toda la ciencia del hombre no pudo contener la fuerza del huracán Vilma, no pudo prever que se “estacionaría” en Playa del Carmen por varias horas, y tampoco puede evitar los terremotos, los tornados, las erupciones volcánicas o las trombas marinas. En general se nos habla de los avances de la ciencia, pero poco se dice de las cosas que ésta no puede resolver.
¿Qué es lo que sí nos estaba diciendo la ciencia en ese momento? Lo que al ver la devastación que produjo el huracán se confirma una vez más: que nada en este mundo es para siempre.
La ciencia avanzó en muchos campos y es indudable que sus logros son sorprendentes, pero eso no resuelve la inseguridad frente al mundo. Para contrarrestarla, generalmente se busca la seguridad en las cosas materiales, cosas que la sociedad y los hombres valoran, como si eso bastara: poseer dinero, tener una vivienda, disponer de bienes, alargar la expectativa de vida, tener un empleo fijo, etc.
Sin embargo, a pesar de la abundancia material que han alcanzado algunos, sus problemas no se reducen, porque siempre existen, tanto la sensación de que no bastan como el temor de perderlos. Cuando creemos haber hallado alguna forma de protección definitiva, esta se revierte en más inseguridad; todos nuestros esfuerzos son vanos: ni siquiera se puede huir de los problemas, porque estos están en todas partes.
¿Será que estamos buscando seguridad de una manera equivocada?
Es evidente que, si todos buscan algo en un mismo lugar poniendo en juego todos los recursos, y no encuentran nada, ese “algo” no está ahí. No se necesita ciencia para entenderlo, sino un poco de sentido común. En el conocimiento científico de las cosas materiales no está la solución a la inseguridad, porque sabemos que estos conocimientos son temporales y que todo acaba. Entonces: ¿Dónde buscar esa anhelada seguridad? ¿Dónde hallarla?
La experiencia humana permite intuir ese “dónde”. En ella no todo es material, sino que en los momentos de estar en familia o con amigos, de descanso, de admirar un atardecer, de ver una obra de arte o de sentarnos a mirar las olas en la inmensidad del mar, podemos desplegar cierta sensibilidad espiritual. A este mundo espiritual no solemos prestarle la atención que merece, o le damos una atención desviada hacia “lo que nos gusta”, que nos reconduce al mundo material, y nos impide profundizar en el espiritual.
Las diversas culturas reconocen ese mundo espiritual, pero equivocan el acceso a él, lo circunscriben al deleite artístico, a la filosofía o a la religión, y al hablar de lo espiritual se dirigen fatalmente a lo material: desarrollan costumbres implantadas por los propios hombres, admiran obras de arte, adoran imágenes de piedra, madera o metal, crean jerarquías sociales que se distinguen entre sí como los militares por sus galones; en una palabra, circunscriben y argumentan la realidad sin entenderla.
El desarrollo de la espiritualidad no es sencillo, no requiere “muletas”, no está anclado a los objetos, y requiere un acercamiento a Dios. ¿Quiere decir esto que lo material es malo en sí mismo?
El desarrollo de la espiritualidad no implica la negación de lo material, sino que ofrece una plataforma diferente para acceder al mundo material. El acceso al mundo espiritual es la fe en Dios.
Sin Dios parecería que nuestra existencia estaría fatalmente ligada a la inseguridad, el miedo y la destrucción. Sin embargo, Dios nos descubre que hay algo que perdura eternamente: el amor (1ª. de Corintios 13:8). Y aún más, él nos ama y nos ha proporcionado una oportunidad de trascender, de ser salvos. Ser salvo significa ser de Dios y para Dios. La forma de alcanzar la salvación es a través de la fe en Jesucristo (Juan 14:6).
La fe no es algo material, no se puede intercambiar entre las personas y no se puede negociar: se tiene fe o no se la tiene. La fe es “la certeza de lo que se espera, la convicción de los que no se ve” (Hebreos 11:1) y permite conocer la realidad más allá del mundo de los objetos y las relaciones sociales.
La fe en Dios y la posibilidad de establecer una relación personal con él, tienen un soporte material (pero es sólo un soporte). Éste es la Biblia. Si, la que muchos tienen en su casa y no tantos leen. La Biblia, impresa en papel o en una pantalla de computadora, es mucho más que palabras ordenadas en oraciones y párrafos. La Biblia es el medio a través del cual Dios nos habla.
La Biblia es la Palabra de Dios, y por ello, lo importante no es el material de que está hecha, sino lo que nos dice. Eso que nos dice no son las palabras, las letras y los espacios en blanco, sino lo que todo eso significa; es el alimento espiritual cotidiano para el creyente.
La Biblia no sólo cuenta cómo se creó el mundo (Génesis), sino que también dice cómo acabará el mundo (Apocalipsis), y agrega algo impresionante: indica de qué manera y a través de quién, se pasa de este mundo a otro (Juan 3:1 a18) en el que existe una perfecta paz, una total armonía y una comprensión clara de la verdad y la vida (Isaías 32:1 a 4, 35:1 a 10).
Además, en la Biblia Dios nos dice que nos ama. Ese amor se demuestra en un supremo sacrificio (la crucificción de Jesús), para que todo aquél que crea que el Mesías vino a este mundo para que tuviéramos acceso a ese otro universo que es el reino de Dios, pueda salvarse y tenga vida eterna (Juan 3:16). Por eso, los Evangelios significan que “el reino de Dios se ha acercado” y muestran el camino a seguir para obtener la salvación y desarrollar una vida espiritual.
Jesucristo, el anunciado y esperado Mesías, murió en la cruz y dio su sangre en rescate por nuestros pecados. Ese hecho material (la muerte en la cruz) fue necesario para hacer posible la salvación, que es un hecho espiritual y que el creyente alcanza por medios espirituales, aunque también tiene manifestaciones materiales, porque el creyente va experimentando cambios importantes en su vida que lo acercan al carácter de Cristo.
Pero mucha gente había padecido muerte en la cruz ¿Por qué Jesús fue el Redentor? Porque él nació y vivió sin pecado, y por lo tanto, era el único apto (el Cordero de Dios sin mancha), que sabía cómo y tenía la capacidad,para redimir nuestros pecados con su santidad. Nacido de Dios y encarnado, el Hijo del Hombre, al resucitar, hizo posible que todo aquél que en él cree pueda salvarse y tener vida eterna. Él protagonizó el acto de amor más completo que el hombre haya conocido jamás; el acto supremo, que apacienta todas las inquietudes, calma todos los dolores, y elimina todas las inseguridades.
Por eso, mientras unos buscan la seguridad en las cosas materiales sin hallarla, los creyentes encuentran la paz en su relación con Dios a través Jesucristo.
Sin importar los huracanes, las tormentas y otros desastres naturales, sin importar tampoco las crisis sociales, ni la fragilidad de la ciencia o las trampas que la política provoca en el mundo, sin importar las circunstancias personales por las que uno atraviesa, por encima de todo eso, Dios proporcionó al creyente el reposo de la fe. Reposo, seguridad, confianza, que se tienen en Cristo Jesús.
La “roca” sobre la cual se sostiene firme y seguro el creyente, no es una piedra, es Jesucristo el Rey de Reyes, resucitado, poderoso, alimentando nuestra fe, guiándonos, protegiéndonos, enseñándonos y llevándonos al abrigo eterno y seguro, a la casa de Dios –su reino- donde nos tiene preparada habitación (Juan 14:2) conforme a su Palabra.

viernes, 22 de octubre de 2010

Poema 15

Tú eres el faro que muestra los peligros,
el que nos guía hacia el lugar seguro,
a través de las tormentas de la vida.
Tú nos conduces con tus destellos
por la senda trazada sobre el agua.

En tu luz he puesto mi confianza;
luz de lámpara que no se apaga,
blancura derramada en nuestras almas,
consuelo, sanación y gracia.

Al mar retaste y creaste un arcoiris,
con docilidad las olas te responden,
dejaste en la Escritura las palabras
como estelas de amor, como señales.

Ante tí las brumas se disipan,
y el aire nos deja oír un canto:
llega desde la iglesia, tu iglesia, que te alaba.
Y en el momento preciso,
en etereo vuelo,
surcan el cielo las almas blancas...

viernes, 15 de octubre de 2010

Preguntas y respuesta

¿Dios mío, cuánto tiempo tarda en ablandarse un corazón? Si los discípulos de Jesús, viendo diariamente los milagros de Cristo y recibiendo sus enseñanzas tardaron tanto (Marcos 16:14), ¿cuánto más nos tardaremos nosotros?
¿Cómo crecerá nuestra fe hasta mover montañas y andar confiados en el mar?
¿Cómo llegaremos a tener el precioso carácter de Cristo?
¿Cómo será eso, si en la iglesia y en nuestra vida personal seguimos tropezando?
La respuesta a estas preguntas exige fe en Jesucristo. La fe es "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Hebreos:11:1). Para tener fe en Jesucristo tenemos que rechazar nuestro orgullo; morir a nosotros mismos para vivir en él. Al creer en Jesucristo sabemos que cada una de estas preguntas tiene respuesta.
Tener fe no es fácil, porque el mundo constantemente nos distrae con sus tentaciones ¡y no le cuesta mucho trabajo! ya que el entretenimiento es una de sus especialidades.
Los discípulos tuvieron fe, cuando el Espíritu Santo se manifestó en ellos, porque el fruto del Espíritu es "amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza" (Gálatas 5:22 y 23). Por lo tanto, para aumentar nuestra fe, no contristemos al Espíritu Santo, sino invitémoslo a que sea nuestro guía hoy y siempre, para que nos vayamos perfeccionando hasta llegar a Jesucristo.
Al ir adquiriendo el carácter de Jesucristo, iremos cambiando, hasta que -cuando vivamos en el Señor- nuestro corazón se haya ablandado definitivamente. En ese tiempo nuestras dudas se habrán disipado, estaremos viviendo en armonía en la iglesia, y en lo personal, tendremos una gran paz y fuerza espiritual.
La iglesia y los creyentes alcanzarán esa perfección por la gracia de Dios y el sacrificio de nuestro Señor, que pagó con su sangre en la cruz para hacer real nuestra salvación. La respuesta a todas las preguntas se encuentra en la Biblia, que es la Palabra de Dios, y es accesible mediante la fe. Por tanto: "Escudriñad las escrituras..." (Juan 5:39) porque ellas son la respuesta.

viernes, 8 de octubre de 2010

EL BECERRO DE ORO

En Egipto, mucho después de la muerte de José, el pueblo judío era sojuzgado por los egipcios porque veían que se habían multiplicado mucho y prosperaba. Para impedir que se hiciera poderoso, Faraón había decretado, inclusive, que se sacrificara a todo hijo varón de padres judíos. Pero Dios tuvo misericordia del pueblo judío, y rescató a uno de esos niños, Moisés, quien jugaría un papel preponderante en la liberación del pueblo de Israel. No nos vamos a detener aquí en la vida de Moisés, sino que sólo trataremos un breve e importante momento de su vida, para profundizar, no en el conocimiento de Moisés, sino en las consecuencias de lo que el pueblo de Israel hizo durante una de sus ausencias.
Jehová había sacado al pueblo judío de Egipto, luego de dar diversas pruebas de su poder para demostrar que él y sólo él era Dios. Su pueblo no padeció el azote de las plagas, que Dios mandó sobre Egipto hasta lograr que Faraón los dejara partir en óptimas condiciones: al iniciar el éxodo, no sólo estaban todos, sino que se iban con todas sus pertenencias y con regalos, si bien es cierto que los egipcios no los habían dejado salir por su buena voluntad, sino espantados por las demostraciones del poder de Dios. Y luego que partieron, Faraón se arrepintió de haberlos dejado ir, y salió a perseguirlos. Jehová, protegiendo a su pueblo, abrió el mar Rojo para que escaparan de su perseguidor, y lo cerró sobre éste, destruyéndolo junto con todo su ejército (Éxodo 5 a 14).
Todas estas maravillas las vivió el pueblo de Israel, y aún más: una nube lo protegía del calor del desierto durante el día, y durante la noche, su luz lo acompañaba; cuando el pueblo tuvo sed le dio de beber, y cuando tuvo hambre, de comer. Todo su peregrinaje lo hicieron los judíos comandados por Moisés y Aarón su hermano, que actuaba como sacerdote. Moisés hablaba con cierta frecuencia con Dios, y el pueblo lo sabía y se mantenía alejado, debido al gran temor que las manifestaciones de Dios le producían.
En cierta ocasión en que Moisés se fue al monte Sinaí por más tiempo de lo que acostumbraba, ese pueblo ansioso, desmemoriado e ingrato, pensó que Moisés ya no regresaría más, y le pidió a Aarón que les hiciera un dios para que lo adoraran.
Aarón no intentó reconducirlos hacia Jehová, sino que aceptó la idea y mandó que se reunieran los zarcillos de oro de las mujeres y niños, para hacer un becerro de oro, un dios de fundición, hecho por manos humanas. Al terminar su obra, ellos adoraron a su ídolo, le ofrecieron holocaustos y se regocijaron con la obra de sus manos (Éxodo 32:1 a 6).
Esta no es una mera historia dentro del viaje que relata el libro del Éxodo. Si nos detenemos en este pasaje, en primera instancia nos parece inconcebible que el pueblo en tan poco tiempo haya olvidado los enormes milagros que Dios hizo ante sus propios ojos. ¡Qué clase de pueblo era ese!
Desgraciadamente, no era un pueblo distinto de nosotros. Este pasaje es una advertencia y una enseñanza para el creyente.
¿Cómo es eso?
Hoy en día no somos mejores que el pueblo de Israel, porque seguimos construyendo y adorando “becerros de oro”.
¿Cuándo?
Cuando creamos nuestros propios ídolos, ya sean artistas o deportistas famosos, o personas vivas o muertas a las que adoramos, o personajes que se presentan como súper exitosos por poseer dinero, poder o belleza.
Pero esta no es la única manera de idolatrar, puede ser también, que como el joven rico (Mateo 19:16 a 20) estemos pensando que Dios nos va a poner una estrellita en la frente por ser buenos. Si nos vivimos comparando con otros y estimando que somos mejores, que somos “buenos”, dejaremos de ver nuestros errores y podremos llegar a ser nuestro propio ídolo.
También existen ídolos más sutiles. Por ejemplo, los que se ocultan en la forma religiosa de entender nuestra relación con Dios, y que Jesús denunció haciendo referencia a lo que ya había dicho Isaías: Este pueblo de labios me honra, pero su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el mandamiento de Dios os aferrais a la tradición de los hombres (Marcos 7:6 a 8). En efecto, adoramos nuestras rutinas, nuestras propias ideas acerca de las cosas, sin tomar en cuenta lo que Dios dice; amamos más nuestro propio ingenio, que la sabiduría de Dios… y es facilísimo caer en la tentación de creernos “buenos”, “escogidos” o mejores que los demás. Quien actúa de este modo se está idolatrando.
Conociendo muchísimo mejor que nosotros este rasgo de nuestra naturaleza, Dios constantemente nos somete a diversas pruebas para que profundicemos en humildad, mansedumbre, misericordia, amor, perseverancia, fe, obediencia y amor al prójimo, para que vayamos aprendiendo a controlar nuestra tendencia a la idolatría.
¿Qué podemos hacer contra esta tendencia a la idolatría? Aumentar nuestra fe y nuestro amor a Dios es indispensable, pero además, podemos probar nuestros anhelos y deseos, escudriñar las escrituras, tratar de entender cuáles son las razones profundas que nos están moviendo a actuar, habiendo orado y pedido a Jesucristo que nos guíe y al Espíritu Santo que le hable a nuestra conciencia y a nuestro corazón. Esto podemos hacerlo sin temor, Dios espera que lo hagamos. Escuchemos a Dios firmemente asidos de la mano de Cristo, pues él nos ama y nos dice: No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque ya soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia (Isaías 41:10).

martes, 14 de septiembre de 2010

¿Qué? ¿Dónde? ¿A quién? ¿Cuándo?

Los creyentes encontramos en la Biblia la respuesta a nuestras necesidades e inquietudes. La Biblia confirma la disposición amorosa de Dios para con nosotros y nos enseña, al mismo tiempo, a relacionarnos con él, a través de Jesucristo.
Un creyente "bebé" y uno que lee poco, tienen que ir fortaleciendo su conocimiento de la Palabra, para poder acceder a todas las promesas de Dios y beneficiarse de sus dones.
A Dios le agrada mantener contacto con nosotros, pero hay que aprender a hacerlo, y por más que nos invita a que recibamos la gracia y los dondes que tiene para nuestras vidas, muchas veces pedimos equivocadamente las cosas. Es bastante obvio que Dios no nos concederá cosas contrarias a sus mandamientos, como las siguientes: "Haz que Paco deje a Luli, y se haga mi novio", o "Quiero que X se muera, y sufra mucho por lo que me hizo", o "Ya sé que estuve mal, pero que nadie se entere"... y muchas otras cosas por el estilo.
Si nos parece que Dios no ha escuchado, reflexionemos: ¿qué pedimos y cómo lo hicimos? ¿por qué creemos que no nos contestó? Dios no hace acepción de personas, y quiere y puede contestar todas nuestras oraciones. Así que, si algo nos parece que no está funcionando en esta relación, lo más probable es que no sea "algo", sino "alguien", es decir, nosotros.
Y eso es cierto, porque Dios es perfecto y fiel a sí mismo, y también porque nos ama; precisamente debido a que nos ama, es que permitió el sacrificio de su Hijo Jesucristo, para que con su preciosa sangre limpiara nuestros pecados, pagando por todos ellos. Luego, Cristo al resucitar tres días después, nos abrió las puertas del reino de los cielo, donde nos espera (Juan 14:2). ¡Dios nos espera!
¿Pero qué debemos hacer mientras tanto para que nos escuche? ¿Cómo nos dirigiremos a él? Las palabras no son importantes, lo importante es lo que está detrás de ellas: amor, sinceridad, desesperación, sabiduría, angustia, tristeza, compasión, mansedumbre, piedad, humildad, fe. Todo eso (y aún más) lo percibe inmediatamente Dios.
Además, previendo que no es nada raro que hagamos las cosas equivocadamente, nos ha dado una serie de instrucciones:
. Lo importante, no sólo es pedir, sino buscar Y yo os digo: pedid y se os dará; buscad y hallareis. (Lucas 11:9)
. Lo importante no sólo es buscar, sino hallar (Lucas 11:9 y 10).
. Lo importante es no sólo hallar, sino reconocerlo, para darnos cuenta de que allí está la respuesta a nuestras oraciones. Esto se debe a que la respuesta puede estar ante nosotros, pero que no la reconozcamos. Por eso debemos tener cuidado, no sea que estemos mirando de manera equivocada, pues está dicho: no mirando nosotros las cosas que se ven, pues son temporales, pero las cosas que no se ven son eternas.(Lucas 4:18)
. Lo importante no sólo es reconocer, sino saber de quién proceden las respuestas a las cosas por las cuales oramos, para no ser engañados, ni por nuestra vieja naturaleza, ni por el diablo (el engañador) (1a. de Juan 4:1a).
. Lo importante no sólo es saber si las respuestas que obtenemos son de Jesucristo o de Dios, sino saber agradecer (Filipenses 4:6b).
. Lo importante no sólo es agradecer, sino comprometernos con Dios, y al hacerlo, entregarle a Jesucristo todo lo que somos, porque entonces alcanzaremos la paz de Dios (Filipenses 4:7).

domingo, 5 de septiembre de 2010

Credulidad y fe

Diversas circunstancias, en algunas de las cuales yo he incurrido, me conducen a hacer esta reflexión. Y la expongo, porque quizás sea útil para otros, porque sin darnos cuenta, muchas veces creyendo actuar por fé, caemos en la credulidad.
Credulidad es creer sin bases reales para tener fe; es un autoengaño.
Es relativamente fácil caer en la credulidad. Por ejemplo: en general pensamos que todos en la iglesia participan en la misma fe, y se rigen por el temor de Dios y el cumplimiento de sus mandamientos, lo que nos hace actuar con una confianza infundada ante las personas que acuden a ella.
Pero esa "confianza" es credulidad; muchas malas experiencias que acaban alejando o lastiman a algunas personas, se basan en que confiaron en quienes no debían hacerlo.
En la iglesia no todos participan de la misma fe, no todos sienten temor de Dios, y casi nadie se rige siempre por sus mandamientos y los cumple. Esto no debe escandalizarnos, ya que nosotros mismos fallamos más de lo que nos gusta admitir en el cumplimiento de los mandamientos de Dios.
También se nos olvida que no todos los miembros de la iglesia han crecido igualmente en la fe; es decir, se encuentran en la iglesia desde los bebés en Cristo (los recién convertidos) hasta los ancianos, que tienen una larga experiencia en la Palabra de Dios y han recorrido largos trechos bajo su guía. De modo que, aún cuando todos sean creyentes (lo cual luego veremos que no es así), no todos entienden de la misma manera las cosas de Dios. Por lo tanto, si esperamos de los demás cosas que ni siquiera entienden, y que no están en posibilidad de hacer, también caemos en una actitud crédula.
Las personas que recientemente han recibido a Cristo en su corazón y las que no se han ocupado mucho de su crecimiento espiritual, tienen que ir conociendo poco a poco, el plan que Dios tiene para nosotros, y encaminar su vida de acuerdo con él. Eso lleva tiempo de estudio, y requiere dedicación y experiencia. La posibilidad de que ellos fallen ante nuestras expectativas es alta, y el hecho de que les atribuyamos características que no tienen aún, también es credulidad.
Podemos preguntarnos: ¿y los ancianos? ¿esos no se equivocan? Desde luego que se equivocan, nadie es perfecto en este mundo; pero los ancianos tienen más recursos para rectificar y acudir a Dios para que los reconduzca por el camino verdadero.
La persona que acaba de convertirse es como un bebé, que no resiste el alimento sólido que se encuentra, por ejemplo, en los libros más complejos de la Biblia, sino que necesita la leche espiritual no adulterada (1a. de Corintios 3:1 y 2, y 1a. Pedro 2:2) que derrama con generosidad el Evangelio de Juan.
¿Lo anterior quiere decir que no debemos confiar en nadie? Lo anterior sólo tiene el propósito de que antes que confiar en las personas, y aún en la iglesia, confiemos en Dios y le pidamos su consejo, y que no decidamos nada sin antes reconocer y confirmar que ese consejo que hemos recibido procede de Dios, y no es la respuesta que queremos oír apoyados en nuestros propios deseos.
La credulidad no sólo afecta a los individuos. Es posible también, que tanto una persona, como un grupo, o la iglesia misma, cometan actos de credulidad, porque nuestra vieja naturaleza (la de antes de recibir a Cristo en nuestro corazón) persiste en tratar de hacernos ver que podemos hacer las cosas por nuestro propio esfuerzo, es decir, sin Dios, y disfrazar de legítimos nuestros deseos humanos.
Al hacer lo que nos parece, independientemente de Dios, nos convencemos a nosotros mismos de que las cosas son como las vemos, y no consultamos el parecer de nuestro Padre Celestial, ni de nuestro Señor Jesucristo, y tampoco escuchamos las reconvenciones del Espíritu Santo, que nos invita a recapacitar.
Caer en la credulidad es relativaente fácil, en la medida en que nuestro orgullo nos hace ver las cosas como no son, sino como nosotros queremos que sean.
Por otro lado, cuando el apóstol Juan dice en una de sus epístolas (cartas) que seamos prudentes y probemos los espíritus (1a. de Juan 4:1), nos alerta para que no seamos crédulos.
Esto es importante, porque alrededor del creyente, y aún en la iglesia, pueden encontrarse anticristos, agazapados bajo una piel de cordero (1a. de Juan 2:19). Éstos buscan engañar, crear disensión, enfrentamiento, debilitar la fe, provocar amargura, inflar el orgullo, y en fin, hacer todo lo posible para que la vida de los hijos de Dios no tenga fruto.
Recordemos que los creyentes luchamos por prevalecer en Cristo contra ángeles, principados y potestades del mal, que aún cuando no nos pueden quitar la salvación, tratan de dificultar nuestro desarrollo espiritual al servicio de nuestro Señor (Romanos 8:38 y 39).
Pero si ya cometimos el error de actuar con credulidad, y nos enfrentamos a sus consecuencias, arrepentidos acudamos sin más dilación a Jesús, de rodillas, para pedirle perdón y ayuda. Él nunca nos fallará; es más, está esperando que lo hagamos (Mateo 11:28 y Juan 6:35).
Aprender la lección es duro, pero uno puede resultar enriquecido. Del arrepentimiento sincero y el perdón de Dios están hechas muchas de las más grandes obras. Lo importante es que en todo este proceso no se debilite nuestra fe y la esperanza en la salvación que Jesucristo puso a nuestro alcance.
La fe es "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Hebreos 11:1).
La fe está fundamentada en Dios, y es contraria a la credulidad, que está fundamentada en la percepción y el parecer humanos (opiniones, deseos, valores, caprichos personales, etc.).
Por fe en que Jesucristo, el Hijo de Dios, con su sacrificio hizo posible la salvación, es que los creyentes han orado, arrepentidos, pidiendo que el Salvador entre a su corazón y transforme sus vidas. Y al hacerlo, han alcanzado ese divino regalo que es su salvación personal (si nunca has orado de esta manera, ahora es cuando debes hacerlo, y tendrás acceso a ese inigualable regalo que cambiará tu vida llenándola de paz).
Ésto, que para otros puede parecer locura (1a. de Corintios 1:18), para el creyente es un hecho claro, que ha vivido y ha marcado sigificativamente su existencia.
La fe en Dios y el conocimiento de su Palabra en la Biblia, salva, consuela, da fuerza, da vida, sana, esclarece, facilita la comprensión, anima y encauza la vida de los creyentes.
Así que, cuando oremos, pidamos al Señor, como los apóstoles: "Auméntanos la fe", porque sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:6).
Por lo tanto, aún cuando hayamos caido en la credulidad, Dios nos tenderá su mano y nos hará salir adelante. Su respuesta confirmará que hemos aprendido la lección, porque "a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan para bien" (Romanos 8:28).
Sellados, así, nuestros corazones para Dios, seamos prudentes para dejar atrás las actitudes crédulas, que tanto daño nos hacen, y alimentemos la fe, que nos acerca a él y nos hace gozar en obediencia y amor.

Poema 14

De pie sobre la roca miro el cielo,
lluvia de consuelo está cayendo.

De pie sobre la roca miro de frente,
veo el camino que se está abriendo.

De pie sobre la roca estoy presente,
la firme roca me está sosteniendo.

De pie sobre la roca me cuidas con celo,
y, poco a poco, voy creciendo.

De pie sobre la roca extiendo mis manos,
ellas se enlazan con todos mis hermanos.

De pie sobre la roca a Dios adoramos,
sustento de amor en el que confiamos.

Poema 13

Al estar en tu Palabra das respuestas,
y a tu decisión se inclinan nuestros actos;
elaboras el desenlace y, aún, lo esperas.

Para salir de nuestra confusión, tu ayuda está dispuesta;
nos das las palabras, guías nuestros pasos,
y admirados preguntamos: ¿Es de veras...?

El sembrador y el cosechador se encuentran
cuando derramas tu amor en nuestra vida,
aparece, entonces, del Espíritu la voz amiga,
y de emoción nuestros corazones tiemblan.

Te llamará el condolido en su aflicción
confiando en tí, y también el pobre,
en tu gracia responderás cada oración.

domingo, 29 de agosto de 2010

Poema 12

Cuando el día esté nublado en tu corazón,
cuando te parezca que Dios no oye tu oración,
cuando sientas el dolor que dejan
los amigos que se alejan;
cuando pienses que te has equivocado,
pero no sepas en qué has errado,
de Jesús aprende la humildad
y arrodíllate una vez más.

En su vida hubo amor y generosidad,
él a nadie traicionó jamás.
Pero allí estabas entre los que lo azotaban,
tú y yo eramos uno de los que lo injuriaban,
nuestros pecados de hoy ya nos delataban.
Y él, silencioso, había tomado la decisión
de pagar en la cruz por nuestra salvación.

Así que hubo alguien más injustamente tratado,
hubo alguien que sin culpa fue abusado;
ese Jesús, que siendo Dios, se hizo tu hermano,
padeció por tí, y aún está a tu lado.

Rey de Reyes y Varón de Dolores,
tu poder en tí mismo santificado,
no quiere venganza por los males,
ni respuesta airada por lo pasado,
sino que con mano firme te consuela
y limpia tu alma para que no te duela.

Míralo cómo te cuida y te levanta,
hasta el Espíritu te envió como tu guía.
Desecha tus penas y, aún, canta,
porque al hacerlo volverá a brillar tu vida.

sábado, 28 de agosto de 2010

Poema 11

No finjo, no miento.
Mi sí es sí, mi no es no.
El amor que Dios puso en mí,
fluirá como una fuente;
bebe de esa fuente de vida,
que es de Dios, y no mía.

No miento, no finjo.
Mi no es no, y mi sí es sí.
Aprendo a ser hermana,
a ser amiga,
a ser mujer aprendo
de tu Palabra cada día.

No finjo ni miento,
no callo verdades,
el amor que el Padre puso en mí
repartiré a raudales.

jueves, 19 de agosto de 2010

Convivencia en la familia de Cristo


Familia de Cristo es la propia Iglesia. Allí, en ese grupo que asiste a las predicaciones y estudios biblicos, se encuentran muchos de nuestros amigos y amigas eternos.
La convivencia y el mutuo amor entre los miembros de la iglesia es muy importante, y tiene que expresarse en todo momento. Hay que disfrutar desde ahora una relación que durará toda la eternidad, y por lo mismo, las diversas oportunidades de estar juntos son preciosas ante los ojos del Señor, quien nos dio como mandamiento que nos amemos los unos a los otros.
El amor de Dios y a Dios no puede contenerse encerrado en uno mismo, sino que se multiplica y crece con el amor al prójimo. Es por esto que Pablo dice: "completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa" (Filipenses 2:2), y más adelante reafirma: "Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez os digo: ¡Regocijaos!" (Filipenses 4:4).
Una muestra del amor que existe entre los miembros de la Iglesia puede verse en los rostros de quienes aparecen en la foto adjunta: puedes ampliar la foto y comprobarlo por tí mismo/a.
No dejes que el tiempo pase sin orar, sin ver y sin compartir tus alegrías y tus penas, con esta familia maravillosa que Dios te ha dado. Ella es parte de ese regalo especial en el que confiaba David, cuando decía:
Me mostrarás las sendas de la vida,
En tu presencia hay plenitud de gozo;
Delicias a tu diestra para siempre.
Salmo 16:11

domingo, 8 de agosto de 2010

POEMA 10

Me sacaste de los espacios de oropel,
me alejaste de las aureolas engañosas,
acercaste a mí la salvación,
desde el instante en que entraste a mi vida.

La estridencia del mundo ya no es mía,
la música de tus palabras me da alegría;
cuando al cielo alzo la mirada,
me das fuerza, y nada me intimida.

Ya no soy como era antes,
me diste aliento, una esperanza,
y otra vida.
Hoy mi alma es libre como el viento
porque encuentra en tí el buen sustento.

POEMA 9: Diluvio

Poderosas nubes de tormenta
arrastran al caer en llanto
los pueblos que quedan anegados.

Torrentes de terror siegan el campo
y en la ciudad tiembla la noche.
Juzgó Dios con justicia los pecados,
y se volcaron las fuentes de las aguas.

Se ahogó toda rebeldía;
el pecador con su pecado
fue arrastrado.

Sólo quedó flotando, como un sueño,
en la gran inmensidad, un arca;
un acto de fe, que para los demás fue locura,
navegando sin saber ni cómo,
ni hasta cuándo, ni por qué.

Un día volvió a brillar el sol,
el resto del mundo era silencio.
Entonces Dios selló el cielo con colores;
se conmovió su Espíritu,
y se secó la tierra.

Se iniciaron desde aquel día otros viajes,
surcaron mar y tierra nuevas esperanzas;
él las alentaba;
el cumplimiento de la Promesa se acercaba.

Se estrecharon nuevos lazos,
hizo pacto de perpetuo amor,
y a la luz de la verdad que es en Cristo,
hoy la vida se encuentra renovada.

martes, 3 de agosto de 2010

La crucifixión

Este escrito fue realizado a petición de una queridísma amiga en Cristo, Martita Barajas, quien desde hace varios años es la maestra que me da estudios de la Biblia

Introducción
La crucifixión da sentido a toda la Biblia. Este hecho tiene múltiples significados y por su importancia, no basta una vida para tratar todos los aspectos que pueden observarse en él.
Con relación al Antiguo Testamento, la crucifixión es anunciada como lo que hace posible que se concrete la promesa de salvación a través del Mesías. Las ofrendas de corderos y otros animales eran simbólicas, la del Mesías -que se ofrendó a sí mismo en pago por nuestros pecados- fue real y anunciada por los profetas.
Con relación al Viejo y al Nuevo Testamento, la crucifixión le da sentido a lo que el creyente debe hacer para alcanzar su salvación.
En el Nuevo Testamento, la crucifixión y la resurrección de Cristo, son la base a partir de la cual la fe se expande, porque Cristo triunfó sobre la muerte, y con ello aseguró la salvación de todos aquellos que en él creen.
Pero abordar la crucifixión requiere dar algunos antecedentes que sirvan para entenderla mejor.
Jesucristo, el Hijo del Hombre, conocía desde el principio la misión de su vida: acercar el reino de los cielos mediante el pago de todos los pecados, lo cual suponía que en él no se hallara pecado, y que fuera sacrificado en la cruz por los pecados de todos, ya que: “La paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro.” (Ro. 7:23).
Hay que aclarar que ese sacrificio no significó (ni significa) un pase automático al reino de los cielos, sino que creó una posibilidad de que pueda alcanzarse, mediante la oración, el arrepentimiento y la fe en que Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios.
Jesús siempre estuvo consciente de su propósito, así como de lo que le iba a suceder, y lo fue llevando a cabo paso a paso.
Sin querer relatar aquí toda la vida del Salvador, vamos a comenzar por tomar en cuenta el período cercano a la crucifixión, desde el momento en que anuncia por primera vez su muerte, así como también la forma en que fue conduciendo a sus discípulos hacia una comprensión cada vez más profunda de quién era él, a qué había venido, y que acontecería después de la resurrección, así como de lo que tendrían que ir aprendiendo y haciendo los creyentes y la Iglesia en el futuro para que la salvación -el regalo de Dios- estuviera al alcance de todos los hombres que quisieran aceptarlo.
El perfeccionamiento de los discípulos en la comprensión de las cosas espirituales, sin embargo, sólo les sobrevendría a la llegada del Consolador, el Espíritu Santo.
....................................................................................

En el momento en que anuncia por primera vez su muerte, Jesús había ya escogido a los apóstoles, tenía miles de seguidores y había realizado múltiples milagros, pero sus discípulos no estaban preparados para comprender la magnitud de su obra. Era necesario que fueran abandonando sus ideas personales y reconocieran en Jesús a nuestro Señor y Salvador. Era preciso también, que murieran a sí mismos (a su apego a una naturaleza carnal), pero ellos no sabían aún cómo hacerlo.
Jesús se dedicó a encaminarlos a la comprensión de la naturaleza profunda de su misión en este mundo, y el primer paso en este sentido fue que supieran quién era él y a qué había venido.
Por tal razón él les formuló, a medida que su tiempo se estaba acercando, una pregunta clave: “¿Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mateo 16:15). La respuesta de Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, fue inmediata (Mateo 16: 16).
El reconocimiento de esa verdad, aunque aún confuso, era un indicador de que empezaban a entender quién era su Señor, lo cual les permitiría estar mejor preparados para ir asimilando lo que ocurriría más adelante.
Era indispensable que ellos aceptaran con claridad que estaban con el Mesías, porque deberían continuar con su obra, llevándola a las demás naciones
“Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día”(Mateo 16:21).
Al escuchar estas palabras de su Señor, los discípulos, pensando de acuerdo con la perspectiva del mundo y no la de Dios, se preocupaban mucho, y Pedro -que entonces era el más impulsivo- le dijo que tuviera compasión de sí mismo y que de ninguna manera eso le aconteciera.
Las palabras de Pedro mostraban hasta qué punto existía confusión en ellos sobre la misión de Cristo. La respuesta de Jesús, probablemente los impactó aún más, pues le dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:23).
El Salvador aclaró de inmediato: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mateo: 16:24 a 26).
Jesús se transfiguró seis días más tarde ante Pedro, Jacobo y Juan en un monte alto, y “resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mateo 17:2). Pero ellos aún tenían su entendidmiento cerrado. En esa situación, estando probablemente muy asustados, porque además aparecieron ante ellos, conversando con Jesús, Elías y Moisés, que hablaban de su partida en Jerusalén (Lucas 9:31). En tal situación, Pedro nuevamente hizo un comentario desacertado. La respuesta esta vez fue la más contundente, ya que de inmediato una nube de luz cubrió a los discípulos, y una voz, desde la nube dijo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia, a él oíd” (Mateo 17:5).
Después de esto, viendo el estado en que se encontraban sus discípulos, “Jesús se acercó, los tocó, y dijo: Levantaos, no temais. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron, sino a Jesús” (Mateo 17:7 y 8).
Al descender del monte Jesús les dijo que no contaran a nadie esa visión, sino hasta después de que hubiera resucitado de los muertos (Mateo 17:9), al mismo tiempo que recalcó que el Hijo del Hombre tendría que padecer y ser tenido en nada (Marcos 9:12).
(Continuará)

En Galilea, Jesús nuevamente anunció su muerte. A pesar de que no era el primer anuncio en tal sentido, sus discípulos seguían sin entender lo que significaba, ni lo que implicaba la resurrección de los muertos; y tenían miedo, por eso no preguntaban (Marcos 9:32). Este hecho los inquietaba, pues no sabían a qué se refería. Aún habiendo compartido con Jesús los años recientes, visto los milagros que hacía, y aprendido algu de sus enseñanzas, no aceptaban, no entendía y evitaban entender el milagro de la crucificción, como si eso fuera suficiente para contener los sucesos que se desencadenarían poco más adelante.
No obstante, intuían que algo extraordinario iba a ocurrir. Debido a esto, Jacobo y Juan, que aún pensaban como hombres apegados al mundo en muchos aspectos -porque los discípulos aún no recibían al Espíritu Santo-, le pidieron a Jesús sentarse en el reino de los cielos, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Y Jesús les contestó: “No sabeis lo que pedís. ¿Podeis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo seré bautizado?” (Marcos 10:38). Ellos respondieron que sí podrían, a lo cual él les dijo que, ciertamente, ellos beberían del vaso en que él bebía y serían bautizados con el mismo bautismo, pero que el estar sentados a su derecha o izquierda no era decisión suya, sino de Dios, para aquellos para quienes eso está preparado desde el principio.
La respuesta muestra de Jesús sabía que los discípulos querían compartir la gloria y el poder desde una perspectiva mundana, y por esto les aclaró inmediatamente: “el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:43 y 44).
Esta enseñanza sigue vigente, y está dirigida también a todos los creyentes.
(continuará)

viernes, 23 de julio de 2010

Poema 8

Luz que cambia de colores
el paisaje de la vida,
luz que nombra cada cosa
con palabras escondidas.

Tu tiempo, que no es mi tiempo,
está corriendo conmigo,
y con el correr del tiempo,
te has vuelto mi eterno amigo.

En mis labios, como un beso,
tus palabras son caricias;
regálame espejos de luz,
que reflejen en mí, tu vida.

Bajemos la cuesta juntos
o subamos la colina:
yo a tu lado,
y tú, en mi vida.

martes, 20 de julio de 2010

Poema 7

Puestos en tu promesa están mis ojos,
ante mí está la puerta verdadera;
con temor transito,
pero por fe sé quién me espera.

Tú tiendes tus brazos, tú me abrazas,
oraciones de amor perfuman el camino

Ya el atardecer resplandece,
tu paciencia me ha rodeado.

Tiendes bajo mis pies alfombra de esperanza,
rescataste mi alma,
cargaste sobre tí mis pecados.

Iré contigo, hoy y eternamente, iré gozosa,
reluciendo el rostro que has iluminado;
iré reunida con todos mis hermanos,
sobre el sendero del arcoiris estaremos andando.

Poema 6

En silencio me enseñas;
sin palabras derramas sabiduría y experiencia,
por tus consejos puedo seguir andando...

Iba hacia el lugar equivocado,
rechazando y negando lo que dabas,
iba inquieta hasta encontrarte;
tú -en cambio- ya me habías hallado.

Una vez oré, y tú con tu luz llegaste.

Sólo un instante secreto,
a tus pies,
yo de rodillas.

No quiero que el orgullo me devore,
tampoco que se desvíen mis pisadas,
o que el mundo me aleje,
por no escuchar tus palabras.

martes, 13 de julio de 2010

Poema 5

Los que se sienten lejos,
sepan que la distancia es corta;
si crees que estás perdido,
no dudes en buscar el mejor guía.
Hay quien conoce tu ir y tu venir,
y sus manos están tendidas para alzarte.

Sé manso, y recibirás sus caricias;
sé fiel, su amor está contigo.
No temas: tu Dios es un Dios vivo.

Al mirar alrededor,
hazlo con amor;
vuelve tus ojos
y verás cuánta necesidad hay;
eleva tus oraciones
y se renovará el arcoiris.
Sobre toda la mies cae su lluvia de amor.

No mires las paredes manchadas
ni escuches las palabras groseras;
detente ante los corazones angustiados,
ora por ellos.

El que te perdonó, te enseña a perdonar;
el que te amó, te enseña a amar.
De los estigmas de sus manos fluyen arroyos de agua viva,
su Espíritu es gracia y verdad.

Sé manso y se abrirán tus ojos a paisajes de cielo;
sé humilde y te llevarán tus pasos por senderos de luz;
vive para Cristo y la verdad vivirá en tí;
sé fiel y te encontrarás con quien todo esto te ha enseñado.

viernes, 9 de julio de 2010

Aspectos de la personalidad de Cristo

Para las personas que no han sido formadas en la fe desde su infancia, conocer la persona de Cristo puede ser un proceso lento y con altibajos, a pesar de que lo hayan recibido en su corazón con mucha fe. Eso no es raro, ya que también podemos desconocer aspectos de nuestros padres, nuestros hijos, y aún, de nosotros mismos.
Previendo ésto, y ante la necesidad que tenemos los creyentes de entender mejor a nuestro Señor y Salvador, la Biblia nos da diversas claves para que sepamos más del Mesías.
El Evangelio de Juan está centrado en esta cuestión,y lo primero que destaca es que Jesús es parte de Dios (Juan 1:1). Allí se lo presenta como el Verbo (Juan 1:1), como Creador (Juan 1:3), y como fuente de vida (Juan 1:4). Asimismo, se lo caracteriza como poder, ya que Dios es poder (Juan 1:5).
Dios tuvo un poderoso motivo para desarrollarse como el Hijo del Hombre: salvar a la humanidad, que estaba perdida a causa del pecado cometido por Adán y Eva, y sus consecuencias (Romanos 3:23). Para lograr ésto,era necesario pagar por esos pecados.
"Porque la paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23), él se ofreció a sí mismo haciéndose hombre en la figura de Jesús, para fungir como víctima propiciatoria y saldar la cuenta en la cruz.
Realmente, sólo él podía hacerlo, porque no pueden los pecadores redimirse a sí mismos.
Jesucristo -Dios hecho hombre- también trajo a la humanidad gracia y verdad (Juan 1:17).
Al haberse sacrificado para pagar nuestros pecados, Jesús fue también llamado el Cordero de Dios (Juan 1:29).
Más la salvación no implica un pase automático al cielo, sino que sólo puede se acceder a ella por medio de aquél que nos redimió. Es por eso que en Juan 3:36 dice: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna, el que reúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él."
El pecado se opone firmemente a nuestra salvación, y desvía nuestra fe hacia objetos del mundo: el dinero, un equipo de futbol, un artista famosos, etc. Sin Cristo en nuestro corazón estos objetos se convierten en ídolos, alimentan nuestro orgullo, y nos conducen a otros pecados. Es por eso que el arrepentimiento y la fe tienen que acompañarnos para recibir realmente a Jesucristo en nuestro corazón y entregarnos a él, para que nos vaya limpiando de pecado (continuará).
.....................................................................................
A pesar de su sublime propósito, el mundo no lo comprendió, y aún viendo sus milagros, estaban más ligados a las cosas del mundo que a las del espíritu.
Podemos imaginar, por esto, con cuánto dolor Jesús dijo a la multitud que lo seguía, después de la multiplicación de los panes y los peces:"De cierto, de cierto os digo que me buscais, no porque habeis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis." (Juan 6:26) La realidad era muy triste: Él estaba poniéndose a sí mismo en nuestro lugar y sacrificándose por nuestros pecados, y nosotros seguíamos buscando una satisfacción personal y egoísta.
Sin embargo, en muchos casos no sólo el pecado del hombre lo aparta de Dios, sino que su ignorancia también lo mantiene alejado. Muchos continúan preguntándose:¿Cómo debe producirse el acercamiento? y ¿Cómo puede un muerto dar vida?
El acercamiento se produce a través de la fe (Efesios 2:8 y Romanos 10:17). La Biblia dice, además, que el pan del cielo es aquél que descendió del cielo y da vida al mundo (Juan 6:33), esto es, nuestro Señor Jesucristo.
Jesús no está muerto, sino que ciertamente murió en la cruz, pero al tercer día -como estaba escrito y anunciado- resucitó. Nuestro Dios no es un dios muerto, ni un ídolo hecho por manos de hombre; nuestro Dios es Dios vivo, y en él está el Cristo resucitado. Él venció a la muerte y ha preparado morada en el reino de los cielos para cada creyente y para toda su Iglesia. Con su resurrección Jesucristo cumple la parte fundamental de su misión: buscar y salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10).
Jesucristo, tras la resurrección les confirmó esto a sus discípulos, y les dijo:"Toda potestad me es dada en los cielos y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y y del Espíritu Santo." (Mateo 28:19)(continuará)
.....................................................................................
La salvación que se obtuvo con el sacrificio de Jesús estaba anunciada desde tiempos antigüos; así, por ejemplo, Isaías 65:16 dice: "El que se bendijere en la tierra, en el Dios de verdad se bendecirá; y el que jurare en la tierra, por el Dios de verdad jurará.", y con gran misericordia, esto se especificó, aclarando: "Y antes que clamen responderé yo; mientras aún hablen, yo habré oído." (Isaías 65:24)
Dios está atento a los hombres, pero el corazón endurecido no lo puede entender. El pueblo creía que Jesús les daría de comer otra vez y siempre, pero no se daba cuenta que el propio Cristo era el pan, pues veían el mundo desde sus propios apetitos carnales.
Cuando Cristo está en el corazón y el Espíritu orienta al creyente, se comprende que todo en este mundo es vanidad. Como muestra, basta ver los tesoros que guardan los museos: no dejan de ser objetos de arte y de cultura, pero la gran mayoría de ellos fueron hechos con la intención de prolongar la imagen de juventud o de riqueza, y la memoria de personas y pueblos que van quedando atrás. El creyente valora las riquezas espirituales más que los objetos elaborados por sus manos o su intelecto, aunque puede apreciar los objetos de arte como lo que son: obras excepcionales de los hombres.
Es a partir del crecimiento y progresivo conocimiento espiritual, que podemos ir acercándonos al conocimiento del Mesías. Desde esta perspectiva se entiende que vino al mundo, no para hacerse como todos los hombres, ni porque hubiera querido tener una experiencia sobre el dolor humano, sino para hacer lo que desde el principio había previsto para la salvación de los que estaban perdidos (Juan 6:38 y 39).
En el cumplimiento de esta sagrada y amorosa misión por parte de Cristo (su sacrificio y resurrección),es que se ofreció como el Cordero de Dios (Juan 6:47) a todo aquél que en él cree (Juan 6:51).
Así, procurando que los hombres trascendieran su ceguera, y aprendieran a ver y oír, dio el siguiente mandamiento: "No juzgueis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio" (Juan 7:24).
Lo anterior es apenas un ejemplo del delicado cuidado que ha puesto desde entonces y desde siempre, para que la salvación pueda tener lugar, y para que los creyentes vayan perfeccionándose hasta empezar a reflejar en sí mismos el carácter de Jesús. (continuará)
....................................................................................
El rasgo dominante en el carácter del Mesías es el amor. El amor de Cristo es el amor de Dios (Efesios 3:19 y 1ª. Corintios 13: 4 a 7), volcado generosamente en los hombres.
Quien le abrió las puertas de su corazón a Jesucristo comienza a andar por el camino de la salvación. Ese camino es un poco distinto para cada persona, pero su destino final es encontrarse en comunión eterna en la ciudad de Dios con Él.
Cuando una persona transita por cualquier camino que no conoce bien, puede desviarse. Existen sendas colaterales y ramales en los que es fácil perderse, puede haber obstáculos, señales que uno no entiende, o falta de señales. Al principio (y a veces no tan al principio) el creyente también puede confundir el camino, porque cada caso es diferente, y también hay escollos en el camino de la salvación. Asimismo, no sabe bien cómo alcanzar el perfeccionamiento espiritual hasta comprender y asimilar el carácter de Cristo. Nuestra vieja naturaleza es el principal problema, pero también están los ídolos y las tentaciones mundanas. Dios, conociendo esa naturaleza, dejó en la Biblia la guía perfecta para no extraviarse. Esa guía está iluminada por la luz que es Cristo y señalada por la orientación eficaz del Espíritu Santo.
La lectura constante de la Biblia nos indica por dónde andar; la oración nos permite pedir ayuda cuando nos sentimos extraviados; el Espíritu nos advierte los peligros. Y en todos los casos, Jesús está a la puerta de nuestro corazón, siempre dispuesto para rescatarnos (Mateo 21:22).
Jesús cumplió su amor hacia los hombres, de tal manera, que no sólo entendió su sacrificio como algo necesario, sino que a pesar de haber sido injustamente tratado, vituperado y escarnecido, tiene preparadas muchas preciosas moradas para los creyentes, es decir, para toda la Iglesia.
Jesús está vivo porque resucitó, y esto fue así, porque la muerte no lo podía retener, puesto que fue a ella sin pecado (Ezequiel 18:4 y Romanos 3:23). Es justamente porque está vivo y nos ama, que ha preparado esas moradas para tenernos cerca suyo y compartir la eternidad con nosotros (Juan 14:2).
El creyente no puede dudar, ese mismo Jesús que mora en su corazón y que lo alienta a seguir adelante, dijo: “Yo conozco tus obras; he aquí he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre” (Apocalipsis 3:8).
¿Y cuál es esa puerta? El mismo Jesús afirma: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Juan 10:9).

domingo, 4 de julio de 2010

El camino de la felicidad

La Biblia dice: “Dulce será mi meditación en él; yo me regocijaré en Jehová” (Salmo 104:34). Para apropiarnos de esta verdad y hacerla realidad en nuestra vida, hay que comenzar a observar nuestro alrededor. Todos miramos, pero realmente ¿vemos?
A medida que aprendemos más de Dios, comenzamos a reconocer lo que Dios ha hecho para que aún en este mundo vivamos bien y gozosos: nos ha dado la oportunidad de ser salvos (Juan 6:47 y 10:9), un Consolador que nos orienta (Efesios 5:9) y un Cristo que lava nuestros vestidos hasta dejarlos blancos (1ª- de Juan 3:5 y 2:1b y 2); ha creado también para nuestro sustento y la satisfacción de nuestro cuerpo: el agua que apaga nuestra sed, y los alimentos con su diversos sabores y propiedades. No ha olvidado tampoco rodearnos de belleza y magnificencia, al crear el cielo con su grandiosidad, las montañas, las praderas y los desiertos. Y así podríamos continuar, y no acabaríamos de nombrar todo lo que diariamente recibimos.
Al aprender a ver, vemos más allá de lo circunstancial, y surge la grandeza de las obras de Dios. Él nos ha dado la tierra llena de sus beneficios (Salmo 134:24).
Al abrir nuestros ojos de esta forma, el amor de nuestro Creador se hace evidente. Su ternura y su misericordia son agua de vida y fuente de esperanza. Aún en circunstancias difíciles o de prueba, Jesús nos muestra su compasión: “Venid a mí todos los que estais trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Y cuando las dificultades arrecian, nos invita a reconsiderar nuestras fuerzas, porque en los creyentes no hay debilidad, ya que Cristo mismo se encarga de estimularnos para vencerlas: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).
Es por el amor que Dios tiene por sus hijos que dice:
Bienaventurado el hombre
que en ti tiene sus fuerzas,
En cuyo corazón están tus caminos.
Atravesando el valle de lágrimas,
Lo cambia en fuente,
Cuando la lluvia llena sus estanques.
Salmo 84:5 y 6
Al leer la Biblia encontrarás éstas y muchas otras santas palabras que te confortarán. Al hacer tuyas las promesas de Dios y andar en su camino, cumpliendo con sus mandamientos, encontrarás, primero la paz, y poco a poco, la felicidad esperada. “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez os digo: ¡Regocijaos! (Filipenses 4:4).

jueves, 1 de julio de 2010

PARABOLA DE LAS DOS MADRES

Había una vez dos jóvenes madres creyentes, a quienes Dios había dado la dicha de tener un hijo.
Los niños eran pequeños y buenos hijos. Sin embargo, un mismo día, los dos murieron en un accidente.
Las madres sintieron que algo se desgarraba en su alma. Una se dirigió a Dios diciéndole: ¡Me has partido el corazón! ¿Por qué me has quitado a mi hijo? ¿Qué falta hacía? Tú tienes todo y yo sólo tenía a mi hijo. La otra, arrodillándose, mientras lloraba, dijo: ¡Alabado seas Jehová! Tú me diste la felicidad y ahora mi hijo está contigo. Perdona mi dolor y dale consuelo a mi alma.
Jehová escuchó ambas oraciones, se compadeció del dolor de las madres, y en los años siguientes ellas tuvieron otros hijos e hijas. Pero la primera, la que le reclamó a Dios la muerte de su primer hijo, atesoró amargura en su corazón, y sus hijos lo resintieron. La otra, la que alabó a Dios agradeciendo el tiempo feliz con su primer hijo, siguió agradeciendo a Dios por los que le dio luego, y ellos recibieron la bendición de una madre amorosa.
--------
¿Qué significa esta parábola?
Una primera lectura, hace evidente que la madre que agradeció a Dios el tiempo que había disfrutado con su hijo fue más feliz (1a. Tesalonicenses 5:18 y Hebreos 12:28). En cambio, la madre que estuvo resentida y acumuló amargura, no supo y no pudo apropiar todas las bendiciones que Dios siguió teniendo para ella (Hebreos 12:15).
Pero ahora no pensemos necesariamente en madres e hijos; la parábola va más allá. Cualquier creyente que ama a una persona que fallece, o que tiene un bien preciado que le es arrebatado, o que tiene un trabajo que disfruta y es despedido, y que por ello se queja ante Dios, es como la madre que reclama a nuestro Padre celestial la pérdida de lo que disfrutaba, sin darse cuenta que todo lo que somos, lo que tenemos y lo que amamos es de Dios. La margura que crece en el corazón de quien así reacciona ante una pérdida, no deja disfrutar plenamente los dones y la gracia que el creyente recibe contínuamente; lo aleja de Dios, impidiéndole tener un mayor desarrollo espiritual.
La persona que ante cualquier pérdida significativa, agradece al Creador el bien que disfrutó y le pide consuelo, lo recibe. Y su estado posterior es mejor que el primero, porque puede gozar cada vez más y mejor de la plenitud con que Dios nos colma, y recibir su misericordia (Juan 1:16).
Finalmente, la pérdida de un gran amor en este mundo, cuando uno está seguro que ha ido a Dios, lleva el consuelo de que se encuentra en Cristo, feliz y pleno por toda la eternidad.
Ese amor no deja ningún vacío, porque el amor no muere (1a. de Corintios 18:8a y 13), sino que se amplía infinitamente, alcanzando siempre para amar a otros. La madre agradecida de la parábola no olvida al hijo que ya no está a su lado, sino que su amor por él se mantiene al mismo tiempo que crece, porque ama también a los hijos que llegan luego. Es un amor que no sustituye uno por otro, sino que aumenta, se expande hacia otro y hacia muchos. Ese es el amor que Dios nos enseña a vivir.

domingo, 27 de junio de 2010

fragmento de una oración por la Iglesia

Amado Padre Celestial, tú sabes lo que sucede en nuestros corazones y lo que hacemos en nuestras vidas.Cuídanos para que no nos desviemos, porque es fácil, y hay muchas tentaciones alrededor. No permitas que tu Iglesia abandone el primer amor, el amor sagrado que nos une a tí; haznos fieles hasta la muerte y no dejes que tus hijos e hijas retengan falsas doctrinas ni que se inclinen ante algún ídolo. Impide, te lo ruego, las murmuraciones, los celos, las desavenencias, y fortalece la unidad; enséñanos a retener lo bueno y hacerlo crecer; enciéndenos con tu amor para que no seamos tibios como Laodicea.
Oh Dios, que tu amor se proyecte en nuestras obras, y el mutuo cariño distinga a esta Iglesia de todas las demás.
Guardaremos tu Palabra hasta el fin y aún, prosperaremos, a medida que esclarezcas nuestro entendimiento y aumentes nuestra fe. Enséñanos a amar como tú amas, a ser mansos, y hacer obras que lleguen a todos los rincones y a todos los corazones, para que, en el nombre de tu Hijo Amado, sean a tí toda la gloria y el poder.
Haz, Dios Misericordioso, que tu Iglesia sea árbol bueno,que de fruto bueno a treinta,sesenta y ciento por uno. Conviértenos también en árbol cobijador, para que todo aquél que se acerque encuentre un hogar, una familia, el amor por tu Palabra y su propia salvación.Permítenos dar sombra refrescante, que de páz -tu paz- a los que escapan de los ardores del mundo. Haznos árbol poderoso, de recio tronco, que jamás pueda ser cortado y que crezca recto en dirección a tí.
¡Oh Dios! que cada una de las hojas de esas poderosas ramas despida fragante aroma de oración.

viernes, 25 de junio de 2010

Poema 4

Con agua de vida,
desde el cuenco de tus manos
me abrevas día a día.

Estás en todos mis momentos,
mi tiempo es todo tuyo
tuya soy, y eso es mi alegría.

En la cruz, pagaste mis pecados;
pero era tanto tu amor,
que yo recibí a cambio
misericordia y salvación.

Resplandeciste en la montaña
cuando el Padre te iluminó,
y ahora, cuando clamo,
estás a la diestra de Dios.

Eres el que me escucha
y mi maestro;
eres mi guía,
y el que guarda mi oración.

Con firmeza lavas mi alma,
luego me vistes como flor;
tú eres el Hijo Amado,
nuestro divino Salvador.

jueves, 24 de junio de 2010

Poema 3

Enjuagaste en un instante
toda lágrima de mis ojos,
cuando entreabrí apenas
la puerta de mi corazón.

Transformaste mi vida,
y con tu amor,
me enseñaste a amar.

En este amor
caben los cielos y la tierra;
de tal amor se trata,
que permanece para siempre
y nunca cambia.

No se deja de amar a quien no está,
ese amor permanece;
no se sustituye
un amor con otro amor,
ambos existen y el amor crece.

Te veo en el rostro de todas tus criaturas;
te encuentro en mí.
Te busco en la mirada amiga,
y en los momentos de oración.

Iglesia, me dijiste una mañana,
ven a mí, yo siempre estoy.

miércoles, 23 de junio de 2010

Poema 2

Tú has cambiado mi tristeza en canto;
mi dolor, en gozo;
las tinieblas, en diáfano arcoiris.

Tú me rescatas de los precipicios,
tu mano siempre está dispuesta para alzarme.
Cuando tropiezo, no caigo,
sino que a cambio recibo tu enseñanza.

Llegaremos un día a la preciosa morada,
al lugar que creaste para estar junto a tí.
Allí guardas el tesoro de sonrisas infantiles,
de balbuceos de los niños pequeños,
de amor de padres y de abuelos,
de cariño de hermanos y de amigos.
allí hay aromas de oración,
y las almas se abrevan de agua de vida.
...¡Hay tanta paz!

Allí sabremos lo que aún no está claro,
y amaremos plenamente como tú nos amas.
Allí, esposa enamorada,
tu Iglesia estará
eternamente entregada a tí.

martes, 22 de junio de 2010

La amistad

¿Fue tu Espíritu el que habló a mi corazón? ¿Qué sería de nosotros si descuidáramos nuestra amistad contigo? ¿Y qué será de nosotros si descuidamos la amistad con nuestro prójimo?
Tú eres eternamente fiel y es imposible que te olvides de nosotros. Es inconcebible que Dios nos diga: "¡Espérate, estoy ocupado!" o "Me voy de viaje, ya hablaremos a mi regreso", o "Ahora no puedo, háblame más tarde"... pero es muy frecuente que nosotros demos ese tipo de respuestas a las personas que tenemos alrededor.
Cristo buscó y busca cada día nuestra amistad, pero nuestras respuestas no siempre son amistosas. Él está a la puerta y llama. ¿Quién le abrirá y lo dejará pasar a su corazón y su vida, hasta que los deje relucientes?
"Mañana". "Ahora no". "Estoy ocupado". "No me molestes". ¿Cuántas veces ha escuchado esas palabras de nosotros? y ¿Cuántas veces: familares, amigos y conocidos, han escuchado respuestas similares o alguna disculpa convencional de parte de nosotros?
Queremos ser escuchados, pero no oímos; queremos ser amados, pero no amar.
¿Por qué?
Porque el mundo con su ajetreo y sus preocupaciones nos va cegando, ensordeciendo, insensibilizando.
¿Cómo sucede esto? Esto sucede como si fuera algo natural: pensando en mí y en mis problemas no pienso en mi prójimo (a menos que sea para usarlo para mis propios fines), y lo primero que pongo por delante es la barrera de mi egoísmo y mi visión de un mundo pequeño, encerrado en lo que quiero, y no en la voluntad de Dios.
Pero es mandamiento de Dios, no sólo que lo amemos a Él, sino que nos amemos los unos a los otros.
¿Cómo llegar a ese amor que es amistad profunda con Dios y con nuestro prójimo? En nuestra fuerza eso no es posible, pero nada hay imposible para Dios. Por lo tanto, oremos pidiéndole a Jesús que nos lave de nuestro egoísmo y nos enseñe generosidad. Los frutos de esta oración se verán rápido: la cercanía con Dios a través de Cristo nos suavizará el corazón, y su amor, reflejado en nuestros actos, multiplicará el amor hacia los demás. Así, viviremos mejor todos los días de nuestra vida, y así, apegados a la Palabra, estaremos rodeados de amigos, y seremos felices eternamente

Poema 1

¿Qué daré de mí a mi Dios?
Toda yo le pertenezco,
y aún, me hace regalos.
¿Qué le daré yo?
Sus dones superan mis sueños,
su gracia y misericordia
me limpian y me bañan de luz.
¿Cómo me ofreceré a mi Dios,
si ya soy suya?
Él puso corona, collar y anillo
en mi espíritu,
me vistió de esperanza;
con delicado velo de fe
me protege del mal;
con espada fuerte
me enseña a vencer.
¿Qué agradará a Dios?
Alabanza le daré, y canto,
y sobre todo, le daré mi amor.