Con agua de vida,
desde el cuenco de tus manos
me abrevas día a día.
Estás en todos mis momentos,
mi tiempo es todo tuyo
tuya soy, y eso es mi alegría.
En la cruz, pagaste mis pecados;
pero era tanto tu amor,
que yo recibí a cambio
misericordia y salvación.
Resplandeciste en la montaña
cuando el Padre te iluminó,
y ahora, cuando clamo,
estás a la diestra de Dios.
Eres el que me escucha
y mi maestro;
eres mi guía,
y el que guarda mi oración.
Con firmeza lavas mi alma,
luego me vistes como flor;
tú eres el Hijo Amado,
nuestro divino Salvador.
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