jueves, 2 de diciembre de 2010

Poema 17

Miro, desde la noche estrellada,
los silencios que dejan las sombras
entre las palmas;
mis huellas sobre la arena
por las olas son borradas.
Murmuraciones del mar,
chismes entre olas jóvenes y rocas viejas,
y más allá,
la sirena ahogada de un gran barco,
que se ve pequeño,
iluminado al borde mismo del abismo.
La noche ha tragado la gente
y despliega triunfante
su capa oscura,
invitando al sueño.
Y en este lugar,
En este instante,
sin sentir –como yo- que el tiempo pasa,
Dios está presente, constante.

La vida no se detuvo a la hora de dormir;
en el espacio del perfume
las flores alaban a Dios;
con el lenguaje del aire,
la naturaleza alaba a Dios.
Desde el pueblo cercano
cada casa alaba a Dios;
mi corazón lo alaba.
El niño acurrucado en su cama
se acerca soñando a él,
mientras su sonrisa divaga.
Los músculos relajados
del hombre que trabaja, el olor de su cuerpo,
la piel del espíritu de la noche,
la esperanza del mañana,
todo y todos alaban a Dios;
aún sin darse cuenta, lo alaban.

Bendito el que vino,
el que está,
el que vendrá
en el nombre del Señor.
Detrás del horizonte,
más allá del mar
la luz de la aurora se levanta:
ella también va a orar.

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