lunes, 20 de diciembre de 2010

El caso de Zaqueo

Zaqueo era un publicano muy rico, y muy bajito. Él sabía lo que era ser pequeño y no le gustaba, pero toda su riqueza no le había servido para crecer un palmo. Enterado de que el Señor Jesús llegaría a la ciudad, decidió verlo, aunque para eso tendría que humillarse reconociendo ante los demás su condición, pues entre el gentío su baja estatura le impediría hacerlo. Aceptado públicamente que era muy chaparrito, y con la esperanza de divisarlo a pesar de la multitud que lo rodeaba, se encaramó en un árbol.
La grandeza de la fe del pequeño Zaqueo es un ejemplo que todos debemos seguir. Él puso a Jesús por encima de su orgullo. Nosotros tenemos que hacer igual que él. Zaqueo quería ver a Jesús, nosotros también; Zaqueo tenía fe, igual nosotros. Pero a diferencia de la mayoría, no dudó; no se detuvo; no puso reparos, sino que cuando Cristo se acercó hasta donde estaba y lo llamó diciendo:
Zaqueo, date prisa, desciede, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.
Lucas 19:5b
respondió de inmediato:
Entonces él descendió aprisa y le recibió gozoso.
Lucas 19:6
¿Somos nosotros tan rápidos para aceptar lo que Dios nos dice? ¿Mostramos siempre gozo al servir al Señor? Zaqueo era consciente de ser un pecador, y sin embargo, estaba recibiendo el don más preciado: la salvación. Ese acto de amor por parte del Señor Jesús se proyectó de inmediato en su vida(1a. Juan 4:19), y voluntariamente dijo:
He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he
defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado.
Lucas 19:8
La consciencia de pecado movió a Zaqueo a reparar sus errores. Esa misma consciencia es la que nos mueve a buscar en la palabra y a conocer a través de ella nuestros propios pecados y enmendarlos, enderezando nuestro camino.
Zaqueo tenía a Jesús frente a él, nosotros también lo tenemos. ¿Obraremos como Zaqueo? Dejemos que la Palabra abra nuestro corazón y actuemos con la rapidez y generosidad de Zaqueo.
¿Dirá Jesús una vez más: “Hoy ha venido la salvación a esta casa?” (Lucas 19:9a)
Esto es lo que deseo y lo que le pido a Dios que haga posible: abrir nuestro corazón a Jesús para consolidar nuestro compromiso con él en un acto de perpetua entrega y constante amor, y para todos en su Iglesia, unidos en el cuerpo de Cristo, compartamos su luz con los que aún no la reciben.

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