viernes, 23 de julio de 2010

Poema 8

Luz que cambia de colores
el paisaje de la vida,
luz que nombra cada cosa
con palabras escondidas.

Tu tiempo, que no es mi tiempo,
está corriendo conmigo,
y con el correr del tiempo,
te has vuelto mi eterno amigo.

En mis labios, como un beso,
tus palabras son caricias;
regálame espejos de luz,
que reflejen en mí, tu vida.

Bajemos la cuesta juntos
o subamos la colina:
yo a tu lado,
y tú, en mi vida.

martes, 20 de julio de 2010

Poema 7

Puestos en tu promesa están mis ojos,
ante mí está la puerta verdadera;
con temor transito,
pero por fe sé quién me espera.

Tú tiendes tus brazos, tú me abrazas,
oraciones de amor perfuman el camino

Ya el atardecer resplandece,
tu paciencia me ha rodeado.

Tiendes bajo mis pies alfombra de esperanza,
rescataste mi alma,
cargaste sobre tí mis pecados.

Iré contigo, hoy y eternamente, iré gozosa,
reluciendo el rostro que has iluminado;
iré reunida con todos mis hermanos,
sobre el sendero del arcoiris estaremos andando.

Poema 6

En silencio me enseñas;
sin palabras derramas sabiduría y experiencia,
por tus consejos puedo seguir andando...

Iba hacia el lugar equivocado,
rechazando y negando lo que dabas,
iba inquieta hasta encontrarte;
tú -en cambio- ya me habías hallado.

Una vez oré, y tú con tu luz llegaste.

Sólo un instante secreto,
a tus pies,
yo de rodillas.

No quiero que el orgullo me devore,
tampoco que se desvíen mis pisadas,
o que el mundo me aleje,
por no escuchar tus palabras.

martes, 13 de julio de 2010

Poema 5

Los que se sienten lejos,
sepan que la distancia es corta;
si crees que estás perdido,
no dudes en buscar el mejor guía.
Hay quien conoce tu ir y tu venir,
y sus manos están tendidas para alzarte.

Sé manso, y recibirás sus caricias;
sé fiel, su amor está contigo.
No temas: tu Dios es un Dios vivo.

Al mirar alrededor,
hazlo con amor;
vuelve tus ojos
y verás cuánta necesidad hay;
eleva tus oraciones
y se renovará el arcoiris.
Sobre toda la mies cae su lluvia de amor.

No mires las paredes manchadas
ni escuches las palabras groseras;
detente ante los corazones angustiados,
ora por ellos.

El que te perdonó, te enseña a perdonar;
el que te amó, te enseña a amar.
De los estigmas de sus manos fluyen arroyos de agua viva,
su Espíritu es gracia y verdad.

Sé manso y se abrirán tus ojos a paisajes de cielo;
sé humilde y te llevarán tus pasos por senderos de luz;
vive para Cristo y la verdad vivirá en tí;
sé fiel y te encontrarás con quien todo esto te ha enseñado.

viernes, 9 de julio de 2010

Aspectos de la personalidad de Cristo

Para las personas que no han sido formadas en la fe desde su infancia, conocer la persona de Cristo puede ser un proceso lento y con altibajos, a pesar de que lo hayan recibido en su corazón con mucha fe. Eso no es raro, ya que también podemos desconocer aspectos de nuestros padres, nuestros hijos, y aún, de nosotros mismos.
Previendo ésto, y ante la necesidad que tenemos los creyentes de entender mejor a nuestro Señor y Salvador, la Biblia nos da diversas claves para que sepamos más del Mesías.
El Evangelio de Juan está centrado en esta cuestión,y lo primero que destaca es que Jesús es parte de Dios (Juan 1:1). Allí se lo presenta como el Verbo (Juan 1:1), como Creador (Juan 1:3), y como fuente de vida (Juan 1:4). Asimismo, se lo caracteriza como poder, ya que Dios es poder (Juan 1:5).
Dios tuvo un poderoso motivo para desarrollarse como el Hijo del Hombre: salvar a la humanidad, que estaba perdida a causa del pecado cometido por Adán y Eva, y sus consecuencias (Romanos 3:23). Para lograr ésto,era necesario pagar por esos pecados.
"Porque la paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23), él se ofreció a sí mismo haciéndose hombre en la figura de Jesús, para fungir como víctima propiciatoria y saldar la cuenta en la cruz.
Realmente, sólo él podía hacerlo, porque no pueden los pecadores redimirse a sí mismos.
Jesucristo -Dios hecho hombre- también trajo a la humanidad gracia y verdad (Juan 1:17).
Al haberse sacrificado para pagar nuestros pecados, Jesús fue también llamado el Cordero de Dios (Juan 1:29).
Más la salvación no implica un pase automático al cielo, sino que sólo puede se acceder a ella por medio de aquél que nos redimió. Es por eso que en Juan 3:36 dice: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna, el que reúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él."
El pecado se opone firmemente a nuestra salvación, y desvía nuestra fe hacia objetos del mundo: el dinero, un equipo de futbol, un artista famosos, etc. Sin Cristo en nuestro corazón estos objetos se convierten en ídolos, alimentan nuestro orgullo, y nos conducen a otros pecados. Es por eso que el arrepentimiento y la fe tienen que acompañarnos para recibir realmente a Jesucristo en nuestro corazón y entregarnos a él, para que nos vaya limpiando de pecado (continuará).
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A pesar de su sublime propósito, el mundo no lo comprendió, y aún viendo sus milagros, estaban más ligados a las cosas del mundo que a las del espíritu.
Podemos imaginar, por esto, con cuánto dolor Jesús dijo a la multitud que lo seguía, después de la multiplicación de los panes y los peces:"De cierto, de cierto os digo que me buscais, no porque habeis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis." (Juan 6:26) La realidad era muy triste: Él estaba poniéndose a sí mismo en nuestro lugar y sacrificándose por nuestros pecados, y nosotros seguíamos buscando una satisfacción personal y egoísta.
Sin embargo, en muchos casos no sólo el pecado del hombre lo aparta de Dios, sino que su ignorancia también lo mantiene alejado. Muchos continúan preguntándose:¿Cómo debe producirse el acercamiento? y ¿Cómo puede un muerto dar vida?
El acercamiento se produce a través de la fe (Efesios 2:8 y Romanos 10:17). La Biblia dice, además, que el pan del cielo es aquél que descendió del cielo y da vida al mundo (Juan 6:33), esto es, nuestro Señor Jesucristo.
Jesús no está muerto, sino que ciertamente murió en la cruz, pero al tercer día -como estaba escrito y anunciado- resucitó. Nuestro Dios no es un dios muerto, ni un ídolo hecho por manos de hombre; nuestro Dios es Dios vivo, y en él está el Cristo resucitado. Él venció a la muerte y ha preparado morada en el reino de los cielos para cada creyente y para toda su Iglesia. Con su resurrección Jesucristo cumple la parte fundamental de su misión: buscar y salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10).
Jesucristo, tras la resurrección les confirmó esto a sus discípulos, y les dijo:"Toda potestad me es dada en los cielos y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y y del Espíritu Santo." (Mateo 28:19)(continuará)
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La salvación que se obtuvo con el sacrificio de Jesús estaba anunciada desde tiempos antigüos; así, por ejemplo, Isaías 65:16 dice: "El que se bendijere en la tierra, en el Dios de verdad se bendecirá; y el que jurare en la tierra, por el Dios de verdad jurará.", y con gran misericordia, esto se especificó, aclarando: "Y antes que clamen responderé yo; mientras aún hablen, yo habré oído." (Isaías 65:24)
Dios está atento a los hombres, pero el corazón endurecido no lo puede entender. El pueblo creía que Jesús les daría de comer otra vez y siempre, pero no se daba cuenta que el propio Cristo era el pan, pues veían el mundo desde sus propios apetitos carnales.
Cuando Cristo está en el corazón y el Espíritu orienta al creyente, se comprende que todo en este mundo es vanidad. Como muestra, basta ver los tesoros que guardan los museos: no dejan de ser objetos de arte y de cultura, pero la gran mayoría de ellos fueron hechos con la intención de prolongar la imagen de juventud o de riqueza, y la memoria de personas y pueblos que van quedando atrás. El creyente valora las riquezas espirituales más que los objetos elaborados por sus manos o su intelecto, aunque puede apreciar los objetos de arte como lo que son: obras excepcionales de los hombres.
Es a partir del crecimiento y progresivo conocimiento espiritual, que podemos ir acercándonos al conocimiento del Mesías. Desde esta perspectiva se entiende que vino al mundo, no para hacerse como todos los hombres, ni porque hubiera querido tener una experiencia sobre el dolor humano, sino para hacer lo que desde el principio había previsto para la salvación de los que estaban perdidos (Juan 6:38 y 39).
En el cumplimiento de esta sagrada y amorosa misión por parte de Cristo (su sacrificio y resurrección),es que se ofreció como el Cordero de Dios (Juan 6:47) a todo aquél que en él cree (Juan 6:51).
Así, procurando que los hombres trascendieran su ceguera, y aprendieran a ver y oír, dio el siguiente mandamiento: "No juzgueis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio" (Juan 7:24).
Lo anterior es apenas un ejemplo del delicado cuidado que ha puesto desde entonces y desde siempre, para que la salvación pueda tener lugar, y para que los creyentes vayan perfeccionándose hasta empezar a reflejar en sí mismos el carácter de Jesús. (continuará)
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El rasgo dominante en el carácter del Mesías es el amor. El amor de Cristo es el amor de Dios (Efesios 3:19 y 1ª. Corintios 13: 4 a 7), volcado generosamente en los hombres.
Quien le abrió las puertas de su corazón a Jesucristo comienza a andar por el camino de la salvación. Ese camino es un poco distinto para cada persona, pero su destino final es encontrarse en comunión eterna en la ciudad de Dios con Él.
Cuando una persona transita por cualquier camino que no conoce bien, puede desviarse. Existen sendas colaterales y ramales en los que es fácil perderse, puede haber obstáculos, señales que uno no entiende, o falta de señales. Al principio (y a veces no tan al principio) el creyente también puede confundir el camino, porque cada caso es diferente, y también hay escollos en el camino de la salvación. Asimismo, no sabe bien cómo alcanzar el perfeccionamiento espiritual hasta comprender y asimilar el carácter de Cristo. Nuestra vieja naturaleza es el principal problema, pero también están los ídolos y las tentaciones mundanas. Dios, conociendo esa naturaleza, dejó en la Biblia la guía perfecta para no extraviarse. Esa guía está iluminada por la luz que es Cristo y señalada por la orientación eficaz del Espíritu Santo.
La lectura constante de la Biblia nos indica por dónde andar; la oración nos permite pedir ayuda cuando nos sentimos extraviados; el Espíritu nos advierte los peligros. Y en todos los casos, Jesús está a la puerta de nuestro corazón, siempre dispuesto para rescatarnos (Mateo 21:22).
Jesús cumplió su amor hacia los hombres, de tal manera, que no sólo entendió su sacrificio como algo necesario, sino que a pesar de haber sido injustamente tratado, vituperado y escarnecido, tiene preparadas muchas preciosas moradas para los creyentes, es decir, para toda la Iglesia.
Jesús está vivo porque resucitó, y esto fue así, porque la muerte no lo podía retener, puesto que fue a ella sin pecado (Ezequiel 18:4 y Romanos 3:23). Es justamente porque está vivo y nos ama, que ha preparado esas moradas para tenernos cerca suyo y compartir la eternidad con nosotros (Juan 14:2).
El creyente no puede dudar, ese mismo Jesús que mora en su corazón y que lo alienta a seguir adelante, dijo: “Yo conozco tus obras; he aquí he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre” (Apocalipsis 3:8).
¿Y cuál es esa puerta? El mismo Jesús afirma: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Juan 10:9).

domingo, 4 de julio de 2010

El camino de la felicidad

La Biblia dice: “Dulce será mi meditación en él; yo me regocijaré en Jehová” (Salmo 104:34). Para apropiarnos de esta verdad y hacerla realidad en nuestra vida, hay que comenzar a observar nuestro alrededor. Todos miramos, pero realmente ¿vemos?
A medida que aprendemos más de Dios, comenzamos a reconocer lo que Dios ha hecho para que aún en este mundo vivamos bien y gozosos: nos ha dado la oportunidad de ser salvos (Juan 6:47 y 10:9), un Consolador que nos orienta (Efesios 5:9) y un Cristo que lava nuestros vestidos hasta dejarlos blancos (1ª- de Juan 3:5 y 2:1b y 2); ha creado también para nuestro sustento y la satisfacción de nuestro cuerpo: el agua que apaga nuestra sed, y los alimentos con su diversos sabores y propiedades. No ha olvidado tampoco rodearnos de belleza y magnificencia, al crear el cielo con su grandiosidad, las montañas, las praderas y los desiertos. Y así podríamos continuar, y no acabaríamos de nombrar todo lo que diariamente recibimos.
Al aprender a ver, vemos más allá de lo circunstancial, y surge la grandeza de las obras de Dios. Él nos ha dado la tierra llena de sus beneficios (Salmo 134:24).
Al abrir nuestros ojos de esta forma, el amor de nuestro Creador se hace evidente. Su ternura y su misericordia son agua de vida y fuente de esperanza. Aún en circunstancias difíciles o de prueba, Jesús nos muestra su compasión: “Venid a mí todos los que estais trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Y cuando las dificultades arrecian, nos invita a reconsiderar nuestras fuerzas, porque en los creyentes no hay debilidad, ya que Cristo mismo se encarga de estimularnos para vencerlas: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).
Es por el amor que Dios tiene por sus hijos que dice:
Bienaventurado el hombre
que en ti tiene sus fuerzas,
En cuyo corazón están tus caminos.
Atravesando el valle de lágrimas,
Lo cambia en fuente,
Cuando la lluvia llena sus estanques.
Salmo 84:5 y 6
Al leer la Biblia encontrarás éstas y muchas otras santas palabras que te confortarán. Al hacer tuyas las promesas de Dios y andar en su camino, cumpliendo con sus mandamientos, encontrarás, primero la paz, y poco a poco, la felicidad esperada. “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez os digo: ¡Regocijaos! (Filipenses 4:4).

jueves, 1 de julio de 2010

PARABOLA DE LAS DOS MADRES

Había una vez dos jóvenes madres creyentes, a quienes Dios había dado la dicha de tener un hijo.
Los niños eran pequeños y buenos hijos. Sin embargo, un mismo día, los dos murieron en un accidente.
Las madres sintieron que algo se desgarraba en su alma. Una se dirigió a Dios diciéndole: ¡Me has partido el corazón! ¿Por qué me has quitado a mi hijo? ¿Qué falta hacía? Tú tienes todo y yo sólo tenía a mi hijo. La otra, arrodillándose, mientras lloraba, dijo: ¡Alabado seas Jehová! Tú me diste la felicidad y ahora mi hijo está contigo. Perdona mi dolor y dale consuelo a mi alma.
Jehová escuchó ambas oraciones, se compadeció del dolor de las madres, y en los años siguientes ellas tuvieron otros hijos e hijas. Pero la primera, la que le reclamó a Dios la muerte de su primer hijo, atesoró amargura en su corazón, y sus hijos lo resintieron. La otra, la que alabó a Dios agradeciendo el tiempo feliz con su primer hijo, siguió agradeciendo a Dios por los que le dio luego, y ellos recibieron la bendición de una madre amorosa.
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¿Qué significa esta parábola?
Una primera lectura, hace evidente que la madre que agradeció a Dios el tiempo que había disfrutado con su hijo fue más feliz (1a. Tesalonicenses 5:18 y Hebreos 12:28). En cambio, la madre que estuvo resentida y acumuló amargura, no supo y no pudo apropiar todas las bendiciones que Dios siguió teniendo para ella (Hebreos 12:15).
Pero ahora no pensemos necesariamente en madres e hijos; la parábola va más allá. Cualquier creyente que ama a una persona que fallece, o que tiene un bien preciado que le es arrebatado, o que tiene un trabajo que disfruta y es despedido, y que por ello se queja ante Dios, es como la madre que reclama a nuestro Padre celestial la pérdida de lo que disfrutaba, sin darse cuenta que todo lo que somos, lo que tenemos y lo que amamos es de Dios. La margura que crece en el corazón de quien así reacciona ante una pérdida, no deja disfrutar plenamente los dones y la gracia que el creyente recibe contínuamente; lo aleja de Dios, impidiéndole tener un mayor desarrollo espiritual.
La persona que ante cualquier pérdida significativa, agradece al Creador el bien que disfrutó y le pide consuelo, lo recibe. Y su estado posterior es mejor que el primero, porque puede gozar cada vez más y mejor de la plenitud con que Dios nos colma, y recibir su misericordia (Juan 1:16).
Finalmente, la pérdida de un gran amor en este mundo, cuando uno está seguro que ha ido a Dios, lleva el consuelo de que se encuentra en Cristo, feliz y pleno por toda la eternidad.
Ese amor no deja ningún vacío, porque el amor no muere (1a. de Corintios 18:8a y 13), sino que se amplía infinitamente, alcanzando siempre para amar a otros. La madre agradecida de la parábola no olvida al hijo que ya no está a su lado, sino que su amor por él se mantiene al mismo tiempo que crece, porque ama también a los hijos que llegan luego. Es un amor que no sustituye uno por otro, sino que aumenta, se expande hacia otro y hacia muchos. Ese es el amor que Dios nos enseña a vivir.