martes, 3 de agosto de 2010

La crucifixión

Este escrito fue realizado a petición de una queridísma amiga en Cristo, Martita Barajas, quien desde hace varios años es la maestra que me da estudios de la Biblia

Introducción
La crucifixión da sentido a toda la Biblia. Este hecho tiene múltiples significados y por su importancia, no basta una vida para tratar todos los aspectos que pueden observarse en él.
Con relación al Antiguo Testamento, la crucifixión es anunciada como lo que hace posible que se concrete la promesa de salvación a través del Mesías. Las ofrendas de corderos y otros animales eran simbólicas, la del Mesías -que se ofrendó a sí mismo en pago por nuestros pecados- fue real y anunciada por los profetas.
Con relación al Viejo y al Nuevo Testamento, la crucifixión le da sentido a lo que el creyente debe hacer para alcanzar su salvación.
En el Nuevo Testamento, la crucifixión y la resurrección de Cristo, son la base a partir de la cual la fe se expande, porque Cristo triunfó sobre la muerte, y con ello aseguró la salvación de todos aquellos que en él creen.
Pero abordar la crucifixión requiere dar algunos antecedentes que sirvan para entenderla mejor.
Jesucristo, el Hijo del Hombre, conocía desde el principio la misión de su vida: acercar el reino de los cielos mediante el pago de todos los pecados, lo cual suponía que en él no se hallara pecado, y que fuera sacrificado en la cruz por los pecados de todos, ya que: “La paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro.” (Ro. 7:23).
Hay que aclarar que ese sacrificio no significó (ni significa) un pase automático al reino de los cielos, sino que creó una posibilidad de que pueda alcanzarse, mediante la oración, el arrepentimiento y la fe en que Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios.
Jesús siempre estuvo consciente de su propósito, así como de lo que le iba a suceder, y lo fue llevando a cabo paso a paso.
Sin querer relatar aquí toda la vida del Salvador, vamos a comenzar por tomar en cuenta el período cercano a la crucifixión, desde el momento en que anuncia por primera vez su muerte, así como también la forma en que fue conduciendo a sus discípulos hacia una comprensión cada vez más profunda de quién era él, a qué había venido, y que acontecería después de la resurrección, así como de lo que tendrían que ir aprendiendo y haciendo los creyentes y la Iglesia en el futuro para que la salvación -el regalo de Dios- estuviera al alcance de todos los hombres que quisieran aceptarlo.
El perfeccionamiento de los discípulos en la comprensión de las cosas espirituales, sin embargo, sólo les sobrevendría a la llegada del Consolador, el Espíritu Santo.
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En el momento en que anuncia por primera vez su muerte, Jesús había ya escogido a los apóstoles, tenía miles de seguidores y había realizado múltiples milagros, pero sus discípulos no estaban preparados para comprender la magnitud de su obra. Era necesario que fueran abandonando sus ideas personales y reconocieran en Jesús a nuestro Señor y Salvador. Era preciso también, que murieran a sí mismos (a su apego a una naturaleza carnal), pero ellos no sabían aún cómo hacerlo.
Jesús se dedicó a encaminarlos a la comprensión de la naturaleza profunda de su misión en este mundo, y el primer paso en este sentido fue que supieran quién era él y a qué había venido.
Por tal razón él les formuló, a medida que su tiempo se estaba acercando, una pregunta clave: “¿Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mateo 16:15). La respuesta de Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, fue inmediata (Mateo 16: 16).
El reconocimiento de esa verdad, aunque aún confuso, era un indicador de que empezaban a entender quién era su Señor, lo cual les permitiría estar mejor preparados para ir asimilando lo que ocurriría más adelante.
Era indispensable que ellos aceptaran con claridad que estaban con el Mesías, porque deberían continuar con su obra, llevándola a las demás naciones
“Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día”(Mateo 16:21).
Al escuchar estas palabras de su Señor, los discípulos, pensando de acuerdo con la perspectiva del mundo y no la de Dios, se preocupaban mucho, y Pedro -que entonces era el más impulsivo- le dijo que tuviera compasión de sí mismo y que de ninguna manera eso le aconteciera.
Las palabras de Pedro mostraban hasta qué punto existía confusión en ellos sobre la misión de Cristo. La respuesta de Jesús, probablemente los impactó aún más, pues le dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:23).
El Salvador aclaró de inmediato: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mateo: 16:24 a 26).
Jesús se transfiguró seis días más tarde ante Pedro, Jacobo y Juan en un monte alto, y “resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mateo 17:2). Pero ellos aún tenían su entendidmiento cerrado. En esa situación, estando probablemente muy asustados, porque además aparecieron ante ellos, conversando con Jesús, Elías y Moisés, que hablaban de su partida en Jerusalén (Lucas 9:31). En tal situación, Pedro nuevamente hizo un comentario desacertado. La respuesta esta vez fue la más contundente, ya que de inmediato una nube de luz cubrió a los discípulos, y una voz, desde la nube dijo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia, a él oíd” (Mateo 17:5).
Después de esto, viendo el estado en que se encontraban sus discípulos, “Jesús se acercó, los tocó, y dijo: Levantaos, no temais. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron, sino a Jesús” (Mateo 17:7 y 8).
Al descender del monte Jesús les dijo que no contaran a nadie esa visión, sino hasta después de que hubiera resucitado de los muertos (Mateo 17:9), al mismo tiempo que recalcó que el Hijo del Hombre tendría que padecer y ser tenido en nada (Marcos 9:12).
(Continuará)

En Galilea, Jesús nuevamente anunció su muerte. A pesar de que no era el primer anuncio en tal sentido, sus discípulos seguían sin entender lo que significaba, ni lo que implicaba la resurrección de los muertos; y tenían miedo, por eso no preguntaban (Marcos 9:32). Este hecho los inquietaba, pues no sabían a qué se refería. Aún habiendo compartido con Jesús los años recientes, visto los milagros que hacía, y aprendido algu de sus enseñanzas, no aceptaban, no entendía y evitaban entender el milagro de la crucificción, como si eso fuera suficiente para contener los sucesos que se desencadenarían poco más adelante.
No obstante, intuían que algo extraordinario iba a ocurrir. Debido a esto, Jacobo y Juan, que aún pensaban como hombres apegados al mundo en muchos aspectos -porque los discípulos aún no recibían al Espíritu Santo-, le pidieron a Jesús sentarse en el reino de los cielos, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Y Jesús les contestó: “No sabeis lo que pedís. ¿Podeis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo seré bautizado?” (Marcos 10:38). Ellos respondieron que sí podrían, a lo cual él les dijo que, ciertamente, ellos beberían del vaso en que él bebía y serían bautizados con el mismo bautismo, pero que el estar sentados a su derecha o izquierda no era decisión suya, sino de Dios, para aquellos para quienes eso está preparado desde el principio.
La respuesta muestra de Jesús sabía que los discípulos querían compartir la gloria y el poder desde una perspectiva mundana, y por esto les aclaró inmediatamente: “el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:43 y 44).
Esta enseñanza sigue vigente, y está dirigida también a todos los creyentes.
(continuará)

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